FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Ese joven visita un sastre, compra tres trajes y algunas
corbatas y empieza a mirarse en los espejos de la peluquería donde, por primera
vez en su vida, una manicurista coqueta le ha arreglado las uñas. –Lo felicito,
don Epaminondas, espero que dure cuatro años en el cargo; lo queremos como
cliente VIP de este negocio. ¿Le pongo un barniz neutral y con poco brillo?
–Claro, eso es lo que deseo. –Don Pami,
déjeme ayudarle a ajustarse la corbata.
Afuera lo esperaban el chofer y el guardaespaldas. El nuevo jefe departamental irguió el cuello para mirar a su alrededor,
antes de montar en su lujosa yipeta “del año”.
Sometido durante seis meses a la acción continua del
incienso burocrático, don Epaminondas fue inflando el pecho; alteró su manera
de caminar; alzaba los brazos “como si tuviese un golondrino en cada axila”; se
movía con estilo de pajuil gordo; bajaba los párpados al dar órdenes a los
subalternos. Desde luego, empezó a usar
maletines y teléfonos celulares conectados a “Internet”. Eran varios; los llevaban en un “servidor”
con asa, parecido a un convoy para aceite, vinagre y pimienta.
-Don Pami, le han traído de regalo un juego de plumas
“Montblanc” y un porta-pasaportes de piel de becerro. –Aló; si hablan de la
dirección general; don Pami no se encuentra en su despacho; está en una reunión
con el señor ministro, él regresará en
la tarde, muy tarde. –Don Pami, por la
otra línea lo llama su mujer; pregunta si usted irá a la casa al mediodía.
–Dile que estoy muy “ocupado”.
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