FABIO R. HERRERA-MINIÑO
La gran deficiencia, de todos los gobiernos establecidos
bajo la sombrilla democrática abierta en 1962, ha sido el desprecio con que han
manejado el mantenimiento de las obras públicas, las cuales, son olvidadas en
sus condiciones, y ningún funcionario le presta atención para preservarla y
ofrecer el servicio a la ciudadanía.
Desde el más recóndito camino vecinal construido con
fondos del Estado, hasta el Faro a Colón, todas las obras se deterioran a ojos
vista, ya que nunca hay dinero para cambiar una bombilla, o destapar una
alcantarilla o limpiar una cuneta.
La tradición de la burocracia, responsable de tales
menesteres, ya sea por indolencia hasta ignorancia o mala fe, es para forzar a
una remodelación o reconstrucción en la
cual se necesita invertir cuantiosos recursos. Recuérdense casos recientes de reconstrucciones
millonarias de obras descuidadas por la desidia de los funcionarios por no
proporcionar mantenimiento, como fue el caso del Palacio de Bellas Artes o de
la presa de Jigüey, a la cual la naturaleza ayudó a justificar a los
funcionarios una millonaria inversión.
Una estudiante monta guardia a la 'puerta' de la letrina de una escuela.
Ha sido tradicional el descuido que desde 1966 se le
dispensó a las obras públicas, ya que con el masivo plan de construcciones que
se inició en aquella ocasión, no hubo tiempo en reparar las instalaciones
sanitarias de las escuelas y hospitales, tapar goteras, corregir baches o
limpiar cunetas de las carreteras. La
práctica establecida era acelerar el deterioro para preparar el proyecto de remodelación,
que tenían a los contratistas, junto a los funcionarios-padrinos, esperando la
oportunidad de ejecutar una obra
millonaria, en lugar de una acción de mantenimiento de costo irrelevante y
conveniente para el Estado.
En esta nueva administración existe la esperanza de que
la racionalidad será una acción de responsabilidad, para que, en lugar de dejar
las obras que se destruyan y más ahora con la apreciable cantidad de obras existentes y a las que se
le agregan las de recientes inauguración
en las últimas semanas, para al menos estar en condiciones de ofrecerle
satisfacción a los usuarios. Ahora
existen las escuelas sin luz, ni sanitarios, ni ventanas y mucho menos
pupitres; los hospitales con sus techos llenos de filtraciones, sin baños y mucho
menos medicinas o camas; las carreteras llenas de hoyos sin un bacheo
preventivo a la espera de un costoso contrato para colocarle una gruesa capa de
asfalto, cuyo costo es mayor de lo que costó esa vía cuando se construyó.
En esta casa funciona el liceo que lleva el nombre de uno de nuestros héroes: "Manuel Aurelio Tavarez Justo".
¡Qué hermoso sería para el país que el gobierno
emprenda un serio programa de
mantenimiento, y que todos los ministerios y direcciones generales, que tienen
a su cargo las centenares de edificaciones, vías, canales y acueductos, dedicaran sus esfuerzos a devolverle a las obras su utilidad y no esperar su
colapso, para entonces exigirle al jefe
del Estado que se inviertan cientos de millones de pesos en su reconstrucción y
remodelación incluida!
Santo Domingo, R.D., sábado, 25 de agosto de 2012.
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