HAMLET HERMANN
El segundo período consecutivo de gobierno del doctor Leonel Fernández está teniendo un final de psiquiatría.
Las alegadas inauguraciones de obras en proceso de construcción, o apenas reformadas, con fondos públicos están teniendo lugar sin que exista una explicación racional de política de gobierno. Todo parece indicar que estamos ante los intentos de calmar un ego insaciable. Asimismo, este final de pataleta puede interpretarse como creado para dificultar al gobierno que lo sucederá y así convertirlo en rehén del grupo corporativo que ahora sale de la administración pública. Por su naturaleza mediática y la alcahuetería que las celebra, estas inauguraciones prematuras tienden hacia el ridículo hasta convertirse en tema habitual de caricaturas y de refranes populares de burla.
Sería bueno indagar entre los psiquiatras dominicanos si están en condiciones de diagnosticar un aparente trastorno que podría denominarse como “inauguración precoz”. Se conoce como precoz, el adjetivo que puede atribuirse a los frutos, a un proceso o, en determinadas circunstancias, a la actuación de una persona. El vocablo describe un carácter prematuro o temprano. Asimismo, un proceso precoz es aquel que llega a su término antes de ser completado y que le corresponde ser terminado en fechas más tardías. Los síntomas del trastorno “inauguración precoz” son evidentes y aparecen a diario en los medios de comunicación. El Presidente viaja todos los días por el territorio nacional aparentando la puesta en funcionamiento de edificios, carreteras, parques y estadios, en su inmensa mayoría, sin que la obra hubiera sido completada.
A menudo se da el caso de que la “inauguración precoz” corresponde a obras cuya ejecución debió haber sido completada mucho tiempo atrás. Por ejemplo, el mercado de Villa Consuelo y el Merca Santo Domingo, en la capital dominicana. Cuando el Presidente Fernández asumió la presidencia en 1996 contrajo el compromiso de realizar esas obras a la mayor brevedad. Solo es ahora, en 2012, cuando con bombos y platillos los inauguran sin que puedan ser puestos al servicio del público. Paradójicamente, el Mandatario reclama que le agradezcan su evidente ineficiencia y su negligencia en relación con esas obras.
Ha sido tal el empeño del doctor Fernández por inaugurar lo ya inaugurado que solo un tornado en Samaná fue capaz de frenar, momentáneamente, su participación en uno de esos actos. Pasado el fenómeno natural, siguió rodando carreteras, montando helicópteros e inaugurando obras inconclusas de vieja historia. Ojalá tuviera el Presidente tiempo para inaugurar la necesaria reparación de la rotura de una tubería, de donde ha brotado incesantemente agua potable durante meses, en la calle Doctor Delgado, justo frente a las oficinas de la primera dama, en la acera Oeste del Palacio Nacional.
Cuanta locura realiza el Mandatario está ligada a la disociación del yo que predomina en ese grupo corporativo. Eso lleva a tener una percepción contraria a la realidad que se vive, sin necesidad de consumir alucinógenos. Creerse el mejor de los mejores, aunque nada ni nadie avale ese mito, es el síntoma más evidente.
Los del gobierno buscan con esta parafernalia que sus negligencias e indiferencias sean interpretadas como éxitos. Obras sencillas que han demorado casi dos décadas para construirse son, ahora, inauguradas precozmente. Al mismo tiempo, los funcionarios vinculados a la contratación de obras han trabajado tiempo extra para firmar acuerdos futuros con sus alcahuetes favoritos y así atar las manos de sus sucesores. Las inauguraciones precoces, sin terminar y a medio talle, dejan con las manos vacías a los que ahora llegan al Poder Ejecutivo.
El Derecho Romano establece que en cada caso se determine ¿a quién benefician estas alegadas inauguraciones? ¿Qué busca el saliente mandatario con esta parafernalia de inauguraciones precoces? Siquiátricamente hablando, esta cadena de inauguraciones es una especie de pataleta histérica (que no histórica) que busca llamar la atención sobre sí mismo dejando al sucesor con las arcas vacías y sin capacidad para generar nuevas acciones.
Habría que comparar, como referencia, la práctica del fullero de barrio que, cuando a la parranda ya se le ve el final, vuelca la mesa y arma un desorden para no pagar la cuenta mientras sale corriendo por el callejón de atrás, sin importarle dejar rastros evidentes, porque nunca osará volver a consumir en ese lugar.
Santo Domingo, R.D., lunes, 13 de agosto de 2012.
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