Rafael Gamundi Cordero
En el tiempo comprendido entre la 1.30 y las 2.00 de la tarde del 24 de Abril, el Dr. Peña Gómez, cumpliendo acuerdos pactados con los militares constitucionalistas rebelados en el campamento 16 de Agosto y como única forma de salvar a los implicados en el movimiento nuevamente develado, arriesgándolo todo, incluso su propia vida, convocó por Tribuna Democrática a los perredeistas y al pueblo en general para que se lanzaran a las calles y rescatar mediante la lucha, la dignidad y el decoro arrebatados por los golpistas septembrinos.
De inmediato, el Comandante Domingo de la Mota y yo, nos dirigimos hacia el campamento, no sin antes dejar instrucciones para que fueran localizados: Pablo de la Mota, Arturo Mesa Beltré, Cuquito Fernández, Amor Díaz, Emiliano Mejía, José Valé, Gerónimo Lizardo, Motica y otros, hasta completar 30 que constituirían el Comando La Vega y que nos siguieran.
Desde que salimos de La Vega, hasta que llegamos a nuestro destino, los bordes de la autopista estaban repletos de gente lanzando consignas, levantando banderas y alzando los puños. También en las montañas se veía a distancia, gente de todas las edades y condiciones sociales que saludaban, sacudiendo lienzos blancos.
Cuando nos acercamos al campamento militar, la carretera estaba entaponada desde unos tres kilómetros antes de llegar, lo que también ocurría desde Santo Domingo. Todo el que había oído la proclama del Dr. Peña Gómez y estaba frente al campamento pedía armas y quería entrar, lo que impedían militares apostados en la entrada. Nosotros pudimos hacerlo porque el oficial encargado de la puerta conoció a Minguito y luego de saludarnos correctamente nos abrió paso.
Ya dentro, encontramos a Panchito de la Mota, hermano de Minguito, uniformado como teniente del ejército y nos condujo ante el coronel Pedro Augusto Álvarez Holguín, quien estaba acompañado del mayor Juan María Lora Fernández y el mayor Francisco Cordero (Pancholo), todos veganos. Les pedimos nos condujeran donde el jefe del campamento. De inmediato el Coronel Alvarez Holguín ordenó a un sargento conducirnos donde el Coronel Hernando Ramírez. El Coronel estaba mirando la lejanía mediante unos potentes binoculares cuando nos sintió llegar. Sereno, pero con la preocupación marcada en el rostro nos vio y dijo el valiente y humilde militar: Esto aquí es indefendible.
Eran como las 6 de la tarde y todavía estaba claro. Le pedimos armas al Coronel, sin decirle que las nuestras estaban guardadas en el cuartel. En un principio se negó. Nos dijo que la población civil no debía involucrarse en asuntos militares y que nuestro papel estaba en las calles, al lado de las multitudes en movimiento. Más tarde llegó el presidente provisional de la República, Dr. Rafael Molina Ureña y le pidió nos entregara las armas que solicitábamos a lo que accedió el indoblegable y noble militar, tras nosotros firmar, comprometiéndonos a devolverlas cuando desapareciera la crisis.
El presidente de facto, Dr. Donald Read Cabral, pronunció un discurso dando plazo a los militares rebeldes para que se rindieran o de lo contrario el cuartel sería bombardeado al amanecer. Entonces, el alto mando militar decidió trasladarse al kilómetro 6 y medio, donde había un cuartel del ejército que supuestamente contaba con antiaéreas. El traslado se hizo con camiones del cuartel de transportación que se había unido a los revolucionarios.
Ya en el nuevo cuartel se iniciaron los contactos telefónicos con los jefes militares en todas las provincias, quienes se sumaban de inmediato a los constitucionalistas. Minguito me instruyó para que, por orden superior redactara, sin prender más luces que la interna del carro del general Rodríguez Echavarría una proclama llamando a la guerra. La hice y a los pocos minutos la leyó el Coronel Emilio Ludovino Fernández por la HIZ.
Antes del amanecer, con el Coronel Álvarez Holguín al frente, avanzamos hacia Radio Televisión Dominicana, la que retomamos y utilizamos luego para que familiares y amigos llamaran a sus parientes militares a unirse a la revolución y negarse a bombardear o ametrallar al pueblo. De inmediato marchamos hacia el Palacio, y en el camino ocupábamos los pequeños cuarteles policiales que encontrábamos, permitiendo la fuga de sus ocupantes, los que antes de irse abandonaban sus pertrechos militares.
Tropas leales a la revolución ocuparon el Palacio, mientras desde Radio San Isidro se iniciaba una feroz campaña de amedrentamiento y traición, buscando que los militares se reintegraran a sus cuarteles, al tiempo de debilitar la disciplina y el poder de los Partidos constitucionalistas, en especial corromper a algunos dirigentes perredeístas y ligarlos a los balagueristas que en un principio participaron en la lucha, pero que entendían sus objetivos se habían cumplido con el derrocamiento de Read Cabral, plegándose entonces a los golpistas.
La guerra civil, había comenzado. La sagrada tierra dominicana se bañaría con la sangre de su pueblo y la historia de América conocería uno de los episodios revolucionarios más brillante del siglo XX.
Santo Domingo, R.D., jueves, 29 de abril de 2010
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