domingo, 25 de abril de 2010

Los 40 años de Leonel





Eduardo Álvarez


Cumplidos los 40 años, Leonel Fernández y yo éramos aún jóvenes, llenos de ideales. La esperanza de un mundo mejor nos unía y llenaba de felicidad. ¿O es que sólo son “felices quienes conocen las causas de las cosas”? De ser así, Aristóteles nos despojaba, entonces, de esta oportunidad.

No puedo decir, sin embargo, que anduviéramos juntos, de la mano. Ni siquiera nos conocíamos, a no ser en furtivos e indiferentes saludos. Por las presentaciones de comunes amigos. Más bien, en un encuentro premonitorio, grabado y contado en el que Leonel se confiesa abanderado de las mejores causas, radicalmente opuesto al robo del erario y la corrupción gubernamental en todas sus formas.

Los felices 90s amenazaban con despojarnos de la comodidad acostumbrada a lo largo de los 70s y los 80s. Fans de los Beatles, émulo de Travolta, la Fiebre del Sábado por la Noche competía con los privilegiados Cien Años de Soledad que nos prodigara García Márquez.

La naturaleza humana se nos revelaba de otra forma con Shakespeare. Romeo y Julieta, Julio César o el Mercader de Venecia nos fascinaban de igual forma. Chesterton, Víctor Hugo o Platón nuestros santos. Todo quedaba reducido a esa magia.

Tesoros ambicionados y, en cierto modo, logrado con el solo hecho de compartirlos, Sin importar el caudillo que nos atrapara en sus promesas y santidad. Él con Bosch, yo con Balaguer. Uno, idealista y el otro, pragmático,

Evidentemente opuestos, pero aliados de manera sospechosa en un propósito: frenar el paso a Peña Gómez y el PRD. Leonel estará, entonces, obedeciendo un mandato.

Lo cierto es que seguimos prefiriendo el Leonel de los 90s, el que guardamos en un retrato del ’93, con sus 40 años. Sereno, pausado, locuaz, enterado, humilde. Afectivo y, sobre todo, caballeroso. Quienes han estado cerca del Leonel de estos años nos dicen que conserva mucho de estos rasgos personales.

La identificación generacional que, en cierto modo, une a los contemporáneos se convierte, con frecuencia, en una trampa que conduce, alternativamente, a la complicidad o al reproche. ¿Saludos o vergüenza ajena?

No es de lo se trata en estas divagaciones, buenas para recatar valores y recuerdos. Salvando así lo que pueda haber de aprovechable en los acierto y errores acometidos a los largo de estos veinte años.

Echando a un lado aquéllos 40 años, en los que vivimos, sin enterarnos, felices, libres y en peligro. Pasando balance, Leonel, yo y todos los de nuestra generación, guardando la distancia debo aclarar, debemos pasar revista y preguntarnos qué nos queda de esa libertad. Entendiendo, como el poeta, que riqueza no es libertad, como aprendimos antes de cruzar la frontera de los 40.

Santo Domingo, R.D., domingo, 25 de abril de 2010

cenitcorp@gmail.com

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