Ivonne Ferreras
Un hombre-historia que emergió del corazón de los más humildes. Un ser humano con sus rebeldías y temores, más no pudo ser derrotado por completo en las batallas perdidas.
Doce años han transcurrido desde que aquella tarde banileja me había creado un sobresalto premonitorio. Junto al colega periodista José Miguel Montero, de El Nacional, tuve la ocasión de estar haciéndole la última entrevista, sin sospechar que pronto se apagaría para no hablar, a no ser por su trascendencia.
Montada en una camioneta del periódico Hoy para el que laboraba en la ocasión, y desde donde tenía como única misión dar seguimiento a sus actividades y movimientos, apresuramos la marcha para salirle al frente y pedirle que hablase para nuestros respectivos medios.
En la intersección de la calle Beller con nuestra señora de Regla, se detuvo la marcha-caravana. El líder perredeísta ponderó las condiciones del candidato a senador por la provincia, y rechazó el reto que le había lanzado Leonel Fernández, presidente de la República en su primer período.
“Rechazo el reto, porque los caballos del PRD tienen que desplazarse en cabalgata limpia, mientras los leones del oficialismo, cuentan con todos los recursos del Estado”, fue su respuesta.
Cabalgaba él con la muerte enmochilada y, como gladiador de grandes lides, parecía que lo sabía en su intimidad de combatiente. Entonces no recapacité, pero el doctor José Francisco Peña Gómez detuvo la entrevista, se sentó abruptamente y salió de la caravana. La muerte le dio alcance para dejarlo abierto a una historia de contradicciones, reconocimientos e ingratitudes.
Recuerdo que la llamada del periódico con la noticia de su muerte me arropó toda. Casi no podía iniciar el camino de retorno para cubrir las incidencias del doloroso acontecimiento. Me condujo la marca humana que me había hecho. Desde mi rol de reportera, silenciosamente, y sin darme cuenta, logré construir un gran respeto hacia su persona, que estuvo por encima de su avasallante liderazgo.
Como profesional en ejercicio, fue apasionante seguirle, no sólo por advertir la nobleza de su alma, sino también por la especialidad de su personalidad.
Su deceso, no sólo tocó de cerca a sus familiares, amigos y compañeros de partido, también afectó a los periodistas que habíamos hecho de las visitas a su casa de Cambita, San Cristóbal, casi un hábito laboral.
Como todos los protagonistas de las noticias, el doctor Peña Gómez tuvo en ocasiones diferencias con periodistas. Yo también me peleé con él, y una flor me enterneció por la autocrítica delegada.
Un hombre-historia que emergió del corazón de los más humildes. Un ser humano con sus rebeldías y temores, más no pudo ser derrotado por completo en las batallas perdidas. Murió a destiempo para su proyecto, y a tiempo para que no se lo marchitaran entero. Con él, con el doctor José Francisco Peña Gómez o, como le llamaba su pueblo, “Peña”, de alguna manera se fue también una parte de los hombres y las mujeres humildes de la República Dominicana que sueñan con una vida mejor.
Santo Domingo, R.D., lunes, 10 de mayo de 2010
I_ferreras@hotmail.com
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