Orlando dice //
Orlando Gil
El civilón
Los secretarios de Estado de Interior y Policía se ocuparon siempre de ser secretarios de Estado de Interior, sin incluir la Policía. El organigrama era claro en que la Policía Nacional era una de sus dependencias, pero como “puerco no se rasca en javilla” y la tradición venía desde cuando el dictador Trujillo, esa fue una área que se dejó en manos del Presidente de la República, entre cuyas cotidianidades estaba despachar con su jefe.
Como Franklin Almeyda era Franklin Almeyda, desde el principio en el cargo quiso ejercer de superior de la Policía Nacional. Primero como secretario de Estado, ahora como ministro. Como era político, y provenía de la izquierda, no hubo manera de que congeniara con las formas establecidas durante años. ¿Resultado? La Policía Nacional siguió su viejo derrotero, y dejaron que el secretario (ahora ministro) Almeyda siguiera creyendo que estaba dirigiendo el orden. No se le reían de frente, pero sí por las espaldas. Incluso, le llamaban entre ellos “El Civilón”, un modo de resaltar su autoridad, pero –también- de recordar que no era de los suyos...
El culpable
Le están cargando al ministro de Interior y Policía la falta de haber anunciado que iría al Congreso Nacional acompañado de tropas. Sin embargo, ese dislate no puede atribuirse a la autoridad, sino a “El Civilón”, que como no es policía no conoce de ámbito ni de jurisdicción. Con razón el jefe de la institución intentó sacar las castañas del fuego a su “superior” cuando dijo que era una broma. Es decir, que el civil toma a chiste un asunto tan delicado como la separación de los poderes, y que es la ingeniería básica de la democracia. Como Franklyn Almeyda es Franklyn Almeyda todavía no ha sacado la pata que metió cuando hizo ese pronunciamiento, pues como funcionario civil no se cree sometido a una disciplina y al rigor de Estado. Pero tampoco le pasa nada, a pesar de que su error fue doble. El préstamo de que se quejaba que no habían incluido en el Presupuesto, sí lo estaba. El Diario Libre hizo la tarea que pudo haber hecho uno de sus empleados. Así que, además de imprudencia, negligencia...
Intemperancia
El problema de Almeyda es el mismo de Rafael Correa, el presidente de Ecuador: no se contienen, son intemperantes, y se dejan llevar o de las palabras o de los gestos. La secuencia de hechos en Ecuador no da para calificar como golpe de Estado los incidentes de la semana pasada, pero sí para algo peor: un magnicidio. Correa pudo haber sido víctima de sus oponentes policiales, y de serlo, se hubieran desatado los mil demonios, pues sus seguidores no se iban a quedar tranquilos. La guerra civil fue una bomba desarmada a tiempo. Almeyda reaccionó como lo hizo, no sólo como ministro, sino como aspirante presidencial. Necesita de los fondos de esos préstamos, pues una Policía Nacional equipada haría posible el sosiego de los barrios. La perversidad política, por un lado, y las dificultades materiales, por el otro, han impedido que la seguridad ciudadana se enseñoree como un logro real y la población aplauda. El candidato, por tanto, no ha podido obtener ganancia de causa...
El otro
Ahora, cuando hizo referencia al ministro de Hacienda, ese es otro problema. Vicente Bengoa se ha convertido en una piedra en el zapato de los encargados de área. Cuando los funcionarios hablan con el Presidente y exponen sus planes, éste da el visto bueno. Pero es bueno hasta que llega a Hacienda. Bengoa, o dice que no, o le aplica un procedimiento peor: el olvido. Es una especie de alzheimer consciente, pero que constituye un fastidio para los ministros. Incluso, hay quienes se toman la confianza de replicar: “¡Ay, Presidente, por favor no me mande donde Vicente”. Nadie sabe si pitcher y catcher se han puesto de acuerdo, pero con Bengoa de catcher no hay jugador que se llegue a segunda. Almeyda, por tanto, quiso ponerlo en el candelero, como venganza seca...
Santo Domingo, R.D., martes, 05 de octubre de 2010
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