Euri Cabral
La situación acontecida en Ecuador es parte de las graves amenazas que deben enfrentar los ocho presidentes progresistas de América Latina que han decidido conducir los destinos de sus naciones de manera diferente al curso tradicional de su historia.
El intento de golpe de estado o la sublevación de las fuerzas policiales que se produjo en Ecuador durante la presente semana no debe evaluarse como un simple hecho aislado que buscaba afectar el orden institucional de esa nación y el gobierno del presidente Rafael Correa. En esa acción se incuba el accionar de los sectores más atrasados y conservadores de nuestra América para impedir que la nueva realidad política que vive el continente se consolide y se amplíe.
Esa nueva realidad se caracteriza por el predominio en una gran parte de nuestros países de gobernantes que han tenido una historia ligada a las fuerzas progresistas. Que han enfrentado con acciones políticas o militares a las clases sociales y estamentos de poder que gobiernan el continente desde hace centenares de años y que son responsables de la gran miseria, atraso y marginalidad por la que atraviesan los millones de seres humanos que habitan nuestros terruños patrios.
América Latina hoy tiene a 8 presidentes que no responden de manera directa a los intereses de las clases dominantes tradicionales ni al histórico dominio imperial norteamericano y, de alguna manera, se han convertido en luces de esperanzas para los marginados históricamente de las riquezas y de los beneficios de sus pueblos. Hugo Chávez en Venezuela, Lula Da Silva en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, José Mujica en Uruguay, Fernando Lugo en Paraguay, Daniel Ortega en Nicaragua y Mauricio Funes en El Salvador, son un bloque de mandatarios progresistas que han colocado el destino del continente en una perspectiva diferente que rompe de alguna manera el tradicional tablero social y político de esos pueblos y de todo el continente.
La acción de las fuerzas policiales de Ecuador en contra del presidente Correa y de la institucionalidad de ese país, es la punta de un iceberg de conspiración y de obstáculos de los sectores dominantes tradicionales. Y si bien no fue del todo correcta la actuación del presidente al apersonarse ante un regimiento policial sublevado, no es menos cierto que detrás de todo ese accionar policial se busca un objetivo político para Ecuador y para América: frenar el avance de los gobiernos progresistas.
Lo de esta semana en Ecuador es la reedición del golpe de estado contra Chávez en abril del 2002. De las protestas y sabotajes en contra de Evo Morales en el 2008. De golpe de estado contra Manuel Zelaya en Honduras. Y esas acciones continuarán. Pero no podrán frenar el avance de la historia. Ahora si es verdad que “América Latina ha dicho basta y ha echado andar”.
Santo Domingo, R.D., domingo, 03 de octubre de 2010
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