Eduardo Álvarez
Lo cierto es que la Constitución reserva dos puestos del Consejo Nacional de la Magistratura a un senador y a un disputado de los partidos opositores.
“Un senador o senadora escogido por el Senado que pertenezca al partido o bloque de partidos diferentes al del Presidente del Senado y que ostente la representación de la segunda mayoría (…) Un diputado o diputada escogido por la Cámara de Diputados que pertenezca al partido o bloque de partidos diferentes al del Presidente de la Cámara de Diputados y que ostente la representación de la segunda mayoría”, establece taxativamente en su articulo 178.
El senador electo Amable Aristy demanda la posición correspondiente al bloque opositor de la cámara alta en este organismo. Cuestión de carácter institucional y nacional, digna de ser reclamada a no ser por el manejo irreverente, carente de seriedad, que ha observado este dirigente reformista frente a la propia Constitución y el orden institucional de la República.
Erigido en una especie de dueño de la provincia La Altagracia, Aristy ha sido recurrente en el irrespeto a una nación y un electorado que acude cada cuatro años a votar por sus representantes.
Se impone como ganador repartiendo prebendas y ejerciendo presiones, para luego renunciar, en una insultante y recurrente muestra de desprecio a uno de los poderes del Estado. E irrespeto a los electores.
Tampoco esta vez se ha juramentado dejando vacía la bancada correspondiente a La Altagracia y al Partido Reformista. Aspirante obstinado a la secretaria de la Liga Municipal, ha aceptando que el senador del PLD por Sánchez Ramírez, Félix Vásquez sea el vocero reformista en el Senado.
Ha quedado atrapado ahora en una de tantas martingalas burdas que lo presentan como un “políticos existo.” Alega haber sido sorprendido en su buena fe, al conceder, “por cortesía”, la posición que le corresponde como exclusivo representante del único partido opositor en la cámara alta.
A decir verdad, nos debe importar un bledo las trampas entre tramposos. Fuero establecido y ensuciado por ellos mismos, al margen de los valores que la nación exige y espera merecer de sus dirigentes políticos. Estamos ante el clásico drama del burlador burlado. O, como diría Daniel Defoe, los rufianes se pelean y arrebatan el botín en la misma cueva de rufianes.
Mientras tanto, la población contempla, con la misma indiferencia, el desenlace de un conflicto que deja al desnudo la degradación moral, el desorden institucional y la ausencia de liderazgo político pataleando a la sociedad.
Como Jesús debemos replicar en una ocasión como esta: “Deja que los muertos entierren a sus muertos”. Que, por nuestra parte, debemos condenar estos malos ejemplos, desechándolos en la misma forma y proporción como ellos deprecian y engañan a sus seguidores y al país.
Santo Domingo, R.D., domingo, 03 de octubre de 2010
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