Rafael Peralta Romero
Las parroquias Domingo Savio, de Los Guandules, y San Martín de Porres, de Guachupita, realizaron recientemente una caminata para protestar contra la delincuencia y contra el ruido, entre otros males. Exhibieron pancartas y lanzaron consignas para reclamar de las autoridades intervenir para que sus moradores puedan vivir en paz.
Esto ocurrió el día de Las Mercedes y el párroco Pablo Mella, de Guachupita, dijo que el barrio está cansado de tanto ruido y delincuencia. “Esperamos que se rompan las cadenas del ruido violento, para que puedan escuchar los gritos de silencio de tantas madres e hijos de la comunidad, que están cansadas de aguantar maltrato físico y verbal”, expresó el padre Mella, según reseñó la prensa.
Santo Domingo vive en este momento la designación de Capital Americana de la Cultura. Pero debe ser la “capital universal del ruido”. En un país donde la abundancia de basura en la vía pública resulta visible por todos, la contaminación por ruido parece que la supera. Que es mucho decir.
Somos un país de gente ruidosa, y como las autoridades son también de aquí, eso lo encuentran como un hecho natural, quizá propio de nuestra idiosincrasia. Incluso, los dirigentes políticos promueven sus aspiraciones a los cargos públicos con ruido. Llevan a los barrios enormes altoparlantes para repetir consignas y ruido disfrazado de música. Llevan combos ruidosos.
No hay ruido benigno. Resulta una redundancia hablar de ruido desagradable. Si de eso se trata, un sonido desagradable y desarticulado, que ofende al oído. Tanto, que produce sordera y efectos nocivos en el sistema nervioso. No obstante, vivimos rodeados de ruidos: el estudiante, el anciano de salud delicada, el recién nacido, quienes aspirar a leer, orar o escuchar música están condenados a soportar ruidos frecuentes en su entorno.
La persona sometida a este castigo asume indisposición para las relaciones sociales, para el trabajo, para el disfrute de la vida. Pierde calidad de vida. Uno de los frutos de la educación consiste en desarrollar en el individuo la capacidad de vivir junto a otros. Si a los dominicanos nos evaluaran en este aspecto, el resultado sería muy negativo. Nuestra capacidad en tal sentido es mínima.
La forma en que escuchan aparatos eléctricos, la disposición a producir ruidos con vehículos y el desarrollo de esa plaga llamada colmadón son demostración de ello. A lo cual se agregan las plantas eléctricas, las motocicletas sin silenciador. Algunas personas ignoran que el ruido que produce su perro molesta a su vecino.
La emisión de ruidos está regulada por leyes y normas municipales, pero los ciudadanos no hacemos lo suficiente para que se cumplan ni quienes juraron “cumplir y hacer cumplir” las leyes, tampoco. Pero no se puede quedar uno así. Estamos sobrepasados de ruido.
Santo Domingo, R.D., viernes, 01 de octubre de 2010
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