jueves, 30 de diciembre de 2010

Carta abierta a Mario Vargas Llosa a propósito de los textos integrados en la educación dominicana




Mil veces hubiera querido yo mejor escribir esta carta para felicitarle por ese merecido premio Nobel con que usted ha llenado de alegría los hogares de toda Latinoamérica y el mundo hispano. Mil veces además hubiera yo deseado hablarle de lo espléndido que me pareció el discurso que con tanta dignidad y prestigio dictó usted en la Academia Sueca, pero debido a la dramática situación que en estos momentos está viviendo la sociedad dominicana me veo obligada a remitirme casi de manera exclusiva a los tristes motivos que han suscitado la redacción de esta carta. El pueblo dominicano está de luto. 

Desde el pasado mes de agosto, de manera oculta, sin pedir consenso en ningún estamento educativo ni social, el Ministerio de Educación decidió de motus propio implantar en las aulas de las escuelas públicas un sistema que se conoce popularmente como Texto Integrado y Convergencia de Medios Tecnológicos, inserto dentro de una macroestructura que se ha dado en llamar Mil por Mil (mil horas de cantidad por mil horas de calidad). El sistema en cuestión constituye uno de los peores ejercicios de dispedagogía que se hayan podido presenciar en la historia de este país. Se pone en manos de más de un millón de niños un libro de texto único, vacío de la enseñanza formal de la lengua española, vacío además de contenidos históricos y culturales, y con una estructura formativa que rompe los cánones de lo mínimamente aceptable para la educación democrática de los futuros ciudadanos y ciudadanas de este país. 

Con el argumento esencial de que un solo libro es mejor porque así la mochila pesa menos (muy repetido en todos los medios por los funcionarios del Ministerio) el libro de texto único se ha impuesto en las escuelas públicas dominicanas para los cursos de primero, segundo, tercero y cuarto. Los colegios privados consideran que es inaceptable. Se trata de un manual que no incluye áreas de conocimiento sino que se divide en dos partes; una parte para Matemáticas (que en los libros se llama Matemática) y la otra parte para una especie de “combo” que podríamos denominar como “todo lo demás”. Los contenidos no se distribuyen en torno a asignaturas sino que está fundamentado en base a temas segmentados no por capítulos o unidades sino por “secuencias” sin ningún tipo de gradación formativa. Pero además esta propuesta dispedagógica se sustenta sobre los siguientes principios: Se anula la enseñanza de lecto-escritura imprescindible para la alfabetización de los niños; se suprime la enseñanza de caligrafía, ortografía, gramática, vocabulario y se elimina la conceptualización lexical de carácter metalingüístico durante los cuatro primeros cursos de la formación básica. En cambio, se incluye alrededor de un treinta por ciento de actividades que sólo pueden aplicarse con medios tecnológicos (televisión, computadora y audio) en escuelas donde no hay energía eléctrica. 

Como yo soy profesora universitaria, no había podido conocer las consecuencias de esta situación hasta hace pocas semanas, así que decidí acercarme a las aulas donde por imposición gubernamental se está trabajando de manera exclusiva con el libro único, para observar por mí misma los resultados de la gran “revolución educativa” siguiendo las palabras de los funcionarios del Ministerio de Educación. 

Me encontré con los niños aquella mañana dentro de un aula deteriorada, donde había una pizarra de esas verdes que ya no se ven en muchos países, en el techo había lámparas sin bombillos ni conexiones eléctricas, en un espacio físico que sólo Dios sabe cuándo se pintó por última vez. Un grupo de niños y niñas de primero de básica estaban sentados en pupitres desvencijados, y se disponían a copiar dos oraciones sencillas del libro único, que la maestra les estaba indicando. Ella no podía darles muchas más instrucciones ni explicaciones más allá del hecho de pedirles que copiaran esas dos oraciones puesto que el libro de primero exige explícitamente que el estudiante escriba “como creas que debe hacerse” y lea “como creas que debe leerse”. En ese caso, a la maestra no le quedaba más remedio que seguir el mandato del libro y dejar que garabatearan cualquier cosa en su cuaderno porque lo que hicieran, sin importar lo bien o mal que lo hicieran, según el libro único, había que darlo como bien hecho. 

Silenciosamente, los niños intentaban copiar, con gran esfuerzo, lo que la maestra les había indicado. Necesitaron más de veinte minutos para completar esas dos oraciones. No todos consiguieron terminar el trabajo asignado (aquí no se habla de tarea o actividad sino de trabajo porque el libro dedica una de sus secciones para que los niños se pongan “a trabajar”). Pero las escenas más dramáticas se dieron cuando vi que ninguno de esos veinte niños y niñas podía leer nada, absolutamente nada de lo que había escrito. Ni una palabra. Ni una sílaba. Cuatro meses después de trabajar con el libro único, ese grupo de niños y niñas, simplemente, no entienden una sola palabra de una de las lecturas de las primeras páginas del libro. Así pues, esos niños están siendo víctimas de un proceso avanzado de disociación en lecto-escritura, pensamiento disléxico y técnicas de disgrafía caligráfica. El libro único está produciendo en esos niños y para el resto de niños que asisten a las escuelas públicas un serio retroceso en su desarrollo educativo y un retraso escolar del que muchos no podrán salir durante el resto de su vida. 

Sin embargo, apreciado profesor Vargas Llosa, esta carta que he escrito en un ejercicio de ciudadanía responsable, no puede finalizar sin antes pedir su opinión acerca de la pérdida de libertad que como consecuencia de esta lamentable situación estamos viviendo. La idea de libro único sugiere una suerte de limitación de la libertad de pensamiento desde el momento en que se eliminan las propuestas de las editoras que libremente trabajan y distribuyen los contenidos educativos del Currículo Vigente, con resultados que hasta ahora han sido aceptados como razonables y adecuados por el propio Ministerio. 

Le pido que nos responda, profesor Vargas Llosa, que nos responda como ciudadano responsable de América, porque la libertad, usted lo sabe bien, es un bien escaso, difícil de conseguir pero más difícil aún de mantener y de preservar en el caso de países éste, donde todavía se sufre de debilidad institucional en el proceso democrático que nos está tocando vivir. Usted, mi estimado profesor, conoce del sufrimiento que este pueblo tuvo que pasar como consecuencia de los regímenes totalitarios que lo asolaron. Usted sabe bien lo que significa un régimen no democrático y cómo se asienta en los sistemas educativos públicos. 

Le pido que nos hable, profesor Vargas Llosa, de lo importante que es el estudio de la lengua materna como conocimiento del tesoro cultural e histórico del pueblo dominicano, en este país donde un día nació el español de América. Háblenos, profesor, porque es mi humilde parecer que en este país, donde nació uno de los más grandes maestros de América, como fue Pedro Henríquez Ureña, esta tierra antillana que acogió la escuela de Eugenio María de Hostos, hermano intelectual de José Martí, no merece una educación de tan ínfima calidad como la que se está imponiendo actualmente en la escuela pública dominicana.

María Virtudes Núñez Fidalgo, PHD
Profesora de la Escuela de Letras de la UASD

Santo Domingo, R.D., jueves, 30 de diciembre de 2010.

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