Euclides Gutiérrez Félix
En los meses finales del año 1942, mi padre Euclides Gutiérrez Abreu, capitán del Ejército Nacional, fue trasladado a El Seybo como oficial comandante de esa provincia, en aquellos momentos una de las más grandes del país, porque La Romana e Higüey eran municipios de esa demarcación, que era desde hacía años una de las regiones más productivas del país, porque además de la riqueza de la ganadería vacuna y caballar tanto en El Seybo como en Higüey, estaba instalado hacía más de veinte años el Central Romana, el más grande y moderno ingenio azucarero de la República. En El Seybo, el autor de esta columna, en mayo de 1943, cumplió siete años de edad y el regalo que recibimos, que amaneció en horas de la mañana frente a la casa en la cual vivíamos, fue un hermoso caballo, color moro, con una bella silla de montar, estilo tejano, con dos hermosas espuelas de plata mexicana, amarradas en el arzón.
El caballo era un regalo de Pedro Julio Goico, rico hacendado e íntimo amigo de mi padre desde hacía muchos años; la sillita tejana, hermoso trabajo artesano, la había comprado nuestro padre en Higüey y las espuelas de plata eran un regalo que me había enviado mi padrino Héctor Trujillo Molina, alias Negro, Jefe de Estado Mayor del Ejército; y las botas de bridge, para montar, color marrón, fabricadas en la Fad-Doc, me las había enviado, el coronel Luís Veras Fernández, antiguo jefe de la Policía Nacional. El caballo lo había llevado a la puerta de la casa Ulises Hinojosa, raso del Ejército Nacional, protegido de mi padre, que años después llegó a ser primer teniente, administrador de Hacienda Fundación y asesinado por Trujillo en los finales de la década. Un niño de siete años propietario de un caballo en esa época, e hijo de un jefe militar de la categoría de nuestro padre, no era algo común.
Esa realidad me convirtió en El Seybo en un niño popular, que hizo intima amistad con niños de la misma edad que recibíamos educación en la escuela pública primaria, que dirigía Raúl Peguero, conocido después como Padre Antonio, fundador y director del Colegio San Juan Bautista. Entre nuestros amigos estaba Maximito Beras, de la misma edad y otros niños, entre los cuales recuerdo a Nononcito Morales, París y Boris Goico, Cabito Gautreaux, Polito Díaz, Hitler y Mussolini Fatule y Monchín y Frank Pumarol; Freddy tenía apenas tres años de edad y lloraba, que los gritos se oían en Hato Mayor, para montarse en nuestro caballo. Lo recordaba siempre, después siendo adulto y buenos amigos. Maximito y él me distinguieron siempre y Freddy, en esa expresión propia de su personalidad, noble, sincera, responsable, valiente, muchas veces emotiva, en sus programas señalaba el aporte modesto que hemos hecho en el estudio de la historia con nuestros libros, pidiendo a la ciudadanía que los leyeran.
Freddy se fue físicamente, pero su conducta y su ejemplo como ciudadano, patriota y artista, quedará siempre en el registro de la memoria del pueblo dominicano, que no podrá olvidarlo jamás porque supo cumplir durante su vida con todas las obligaciones, que como familiar, amigo y hombre público, en el arte y en todas las actividades de su vida, que el destino le deparó.
Santo Domingo, R.D., lunes, 06 de diciembre de 2010
http://www.elnacional.com.do/opiniones/2010/12/6/68583/Cronica-del-presente
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