Elsa Peña Nadal
Medio escondidos en María Auxiliadora, un barrio de clase media baja de la capital, en una estratégica casita de esquina que tenia tres posibles salidas de emergencia, y en la galería, una muy conveniente y tupida enredadera de Trinitarias (bugambilias), vivíamos Homero y yo, con nombres supuestos y fungiendo ser un matrimonio normal que esperaba el arribo de su primer vástago para esa navidad del año 1970.
No existía la sonografía para determinar el sexo de la criatura: yo quería un varón y Homero una hembra, quizás porque él no tuvo hermanas ni yo hermanos; así que nos repartimos la lista de los posibles nombres, la cual variábamos cada día y en la que prevalecían los de orígenes indígenas y los de héroes patrios e internacionales.
De aquella casita tengo dulces recuerdos, así como otros no tan felices pero que igual se aferraron a mi alma y allí permanecen en la quietud del tiempo. Estaba amueblada muy sobriamente con lo heredado de mi suegra que se fue del país, entre otras razones, porque no soportaría estar presente si a su hijo “le pasaba algo”. Iba a acompañar a Juan Tomás, su otro hijo a quien la policía confundía con mucha frecuencia con Homero y la última vez que esto pasó, se escapó milagrosamente de morir, mas no así de cumplir una condena de tres meses, sin ninguna justificación legal.
Aquel hogar tenía, dentro de su humildad, un visible sello artístico y de pulcritud y dignidad. En una ocasión pasó a buscarme René del Risco y Bermúdez para a ir a grabar con él, a dos voces, un anuncio de la pasta Victorina; era su forma de cooperar con nuestra economía, pues esos 75 pesos a la par con el dólar, nos ayudaban con los gastos; entre ellos, por ejemplo, el pago del alquiler de la casa que era de 35 pesos mensuales. René miro a su alrededor y le dijo a Homero: ¡Qué lindo nido de amor! y éste le contestó sonriente y despreocupado: “hasta que tengamos que batir las alas”.
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En nuestra vecindad vivía un amigo de Homero, ya famoso aunque todavía no tan rico, a quien visité por encargo de aquel para que nos comprara una enciclopedia de las que yo estuve vendiendo, con mucha eficiencia, hasta que se nos agotó la lista de los amigos comunes, pues siempre he tenido claro que a mi me faltó la vena de negociante que traen de fábrica los Nadal.
El merenguero me recibió con mucho afecto; llamó a su compañera de entonces, una esbelta y hermosa boricua y Johnny Ventura le dijo: “Baby, ella es Elsita, la esposa de un querido amigo de “saaaños y saaaños”. De allí salí con el pago del inicial y cada mes, sin fallar, cobré las cuotas hasta completar el pago de los diez volúmenes: ocho de una enciclopedia de temática general, y dos de temas de salud, las que aún conserva “el caballo mayor”.
También recuerdo el susto que pasé en una ocasión, en la que por suerte aún no estaba embarazada: una madrugada me desperté creyendo haber escuchado fuertes golpes en la puerta, así como una estruendosa voz que gritaba: ¡Homero, Homero!, y como éste seguía durmiendo como si tal cosa, lo desperté zarandeándolo por los hombros y tras escucharme, contestó: “no mi amor, eso es en el colmado, están dejando en la puerta un saco lleno de pan y lo que dicen es ¡Panadero, Panadero! para que se despierten y salgan a entrarlo”.
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En la casita de María Auxiliadora sonó el teléfono aquella tarde del 24 de septiembre de 1970: era la voz de Gladys Gutiérrez quien me dio la fatal noticia del asesinato de Amin Abel, ocurrido en presencia de su esposa embarazada y de su pequeño hijo. Casi en seguida llegó Homero muy alterado pues había notado cierto revuelo en la calle y al encontrarme llorosa, me preguntó: ¿A quién fue que mataron? Cuando le dije, me abrazo y así nos quedamos un buen rato: ya yo tenía un embarazo de seis meses. Ninguno pudo imaginar en ese momento que el próximo septiembre, un año después y con apenas dos días de diferencia, él también caería abatido en presencia de su esposa.
En el centro del patiecito encementado, había una circunferencia que encerraba el tronco de una hermosa planta donde se enredaba una prolífera mata de granadillo. Lo curioso era que la dueña de la casa me advirtió, al alquilármela, que los granadillos serían compartidos a partes iguales con ella. Y como cobraba personalmente el alquiler, pasaba a supervisar la “producción” de su mata.
Homero, que al parecer no estaba enterado de este acuerdo de cosecha “a medias”, en una ocasión, regaló el granadillo ajeno a un compañero y cuando le reclamé alegando que esa fruta correspondía a la dueña de la casa, soltó una carcajada: ¡no podía creer que hubiésemos alquilado la casa dejando fuera la mata de granadillo, o como dirían los abogados: con derecho de usufructo!.
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Homero me acompaño un rato durante el trabajo de parto, pero después debió esperar afuera de la sala con mi familia, debido a que la impresión lo mareaba; imagínense las bromas que después le hizo el doctor por tan “valiente” comportamiento. Asmar, como hiciera durante todo el embarazo, no nos cobró sus honorarios, y solo pagamos la clínica. Mientras estuvimos allí, Homero llegaba tarde en la noche, cargaba a la niña, escuchaba mi relato sobre las visitas, veía los regalos y dormía unas pocas horas, retirándose en la madrugada.
No pudo verla cumplir su primer añito. El segundo lo cumplió Keskea en el exilio en México y el tercero, cuarto y quinto los celebramos en Chile, también en el exilio. Los años siguientes los vivió acá en el país, hasta que partió a los 18 a completar sus estudios de Hotelería y Turismo en Madrid, España. Regresó al terminar la carrera y casi enseguida, se fue a los Estados Unidos, donde, paradójicamente, fue mejor valorada su preparación profesional que incluía, además, el dominio de tres idiomas; allí formo familia y se ha quedado a residir.
Este 15 de diciembre Keskea esta de cumpleaños. Creció rodeada del amor de toda su familia, del padrastro a quien considera también su padre; y de sus dos hermanos menores. Los doctores y esposos Rafaelito y Blachy Mena, fueron sus pediatras y continúan siendo tan generosos que aún se niegan a cobrarme hasta la consulta de su hijita, mi nieta, la que les llevo a chequeo cuando suele venir de visita al país. Rompen el cheque que les dejo con la secretaria y luego ésta me llama para notificármelo. Ante mi alegato de que ya quedaron atrás los tiempos de “crujía”, me dicen invariablemente: “Giulianna es nieta tuya y de Homero; tu y Keskea no nos deben nada”.
Siempre he estado convencida del valor de los ideales, del amor, la solidaridad y del agradecimiento. ¡En estas navidades y siempre, seamos felices dando a todos nuestros semejantes amor, perdón y servicio, comenzando por los de la propia familia y allegados! Y pensemos en que, pese a los nubarrones, en este país, ¡aun puede brillar el sol!
¡Feliz cumpleaños Keskea: el Señor te bendice! ¡Hasta muy pronto!
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