Eduardo Álvarez
Cada sociedad tiene dirigentes, hombres y mujeres representativos de su idiosincrasia. Auténticos y artificiales, en tanto lo merezca o se le imponga.
Hay en la nuestra las más variadas formas de líderes, políticos, religiosos, deportivos, empresariales, profesionales, estudiantiles, gremiales, en fin, cabezas de los diferentes núcleos. Nos ocupamos, esta vez, de los políticos, en una apretada síntesis del perfil de los tipos clasificados. Veamos.
Fidel Castro y Nelson Mandela.
Los auténticos, buenos o malos, generan ellos mismos sus propias fuerzas, fijas y mutables conforme las demande la generación que les dio vida. Sin ser imprescindibles –nadie lo es-, se hacen, en cierto modo, indispensables en los reducidos círculos que de ellos dependen. Pasan la prueba o se legitiman como tales cuando se mantienen en pie, dentro o fuera del poder. La prensa los necesita sin que esto sea inversamente igual.
Entre los artificiales o forzados existe una diversidad que se nos antoja tan numerosa como estéril. Comencemos por los mediáticos, cuya vigencia depende únicamente del cargo que ocupan temporalmente y de los enclaves posteriores que el poder les facilita. La falta de imaginación y escasa pericia de sus colaboradores lo decantan. Los más atrevidos llegan a creerse presidenciables, lo cual es una cosa grave.
Martin Luther King.
De vez en cuando, las mismas fotos de archivo, las mismas declaraciones de prensa, huecas y oportunistas, desplazando de los medios noticias relevantes que la gente quiere y necesita saber. De ahí los daños que ocasionan.
En esa categoría entran los que, sin haber ocupado posiciones importantes, se afanan en alcanzar un espacio que su incapacidad les niega. Seducidos por los afectos personales e interesados o, acaso, por una presencia física agradable, confunden la condición de dirigente con la de una individual simpatía, tan simple que no trasciende la familia, el barrio o el lugar de trabajo. Aquejados de un repentino delirio de grandeza, se ven sometidos a un desgaste que, al fin y al cabo, les afecta económica y saludablemente.
Los hay, eso sí, conscientes de su limitada pero útil condición de soporte, para no decir de segundones. Rol en el que hacen mal a nadie, a no ser que les dé por suplantar a sus mentores. Sus restricciones se derivan de la falta de recursos económicos, encanto personal y valor para enfrentar a un adversario. Nada como el valor para se grandes y llegar.
“A algunos la grandeza le es impuesta y a otros la grandeza les queda grande”, entendía Shakespeare hace 500 años y todavía es así. En una próxima entrega, trataremos acerca de otras categorías de liderazgo, público y privado.
Santo Domingo, R.D., lunes, 14 de febrero de 2011.
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