viernes, 29 de abril de 2011

Villegas: la siesta perpetua


Víctor Villegas vivió convencido de que nació en el mar y desde entonces entre ambos se produjo una consubstanciación. El mismo día que nació en el mar, el mar nació en él, se hizo parte de él, lo convirtió en empedernido habitante de isla y le dejó el sabor de salitre en los poros y le enseñó la canción de las olas y del viento.

Lo de su nacimiento se resume así: 

“Mi madre se daba un baño de mar, en la playa del Muerto, una tarde de septiembre. Abrió espléndidamente los ojos, emitió un grito asustadizo y de asombro a la vez que corría hacia cualquier lado una parte de su ropa. Del cuerpo de mi madre pendía un bebé sostenido por el cordón umbilical, se balanceaba como una fruta asida a la rama que agita el viento. El recién nacido rozaba las aguas con su cabeza, como buscando autobautizarse”. 

No poder localizar a su hermano gemelo representó gran dolor personal para Villegas. A caso de similar intensidad al efecto de no haberse reencontrado con Charlotte Amalie, la niña cocola a la que hizo parir cuatrillizos y que luego los perdió de vista, o la tristeza de no recordar su primer poema, el cual escribió en el vientre de su madre. 

Su poesía es marítima 

Villegas sintió –tal vez siente- que fue – o que es- mitad pez y mitad hombre, su espíritu es ardiente y su poesía es marítima y fluvial, pues si hubiera duda acerca de dónde ocurrió su nacimiento, “nadie podrá dudar que mi infancia transcurrió entre los olores de azúcar y de cangrejos, la salpicó espuma de mar y la estremecieron alaridos de buques extranjeros. Testigo soy de la borrachera que acompañó a la alegre danza de las papeletas parida, de cuando el azúcar subió como espuma de cerveza. Cuando el azúcar sonó sus alegres trompetas vinieron de todas partes los danzantes”. 

Su principal preocupación, en el campo poético, ha sido la de interpretar lo más fielmente los sentimientos populares. Tanto logró acercarse al alma de nuestro pueblo, que alcanzó hablar con su propio lenguaje. Su poesía ha salido de su vida, siempre ligada al mar y a la realidad social. 

Cuando se instaló en Santo Domingo, apuñalado de nostalgia su primer acto consistió en comunicarme con el mar. Toqué su piel de espuma y palpó su risa estallada en rocas. Aflojó el espíritu y una parte de sus tensiones cayeron como fruta picoteada. 

Fue muchacho ingobernable, dispuesto a meterse en todos los líos, y luego adulto contestatario, capaz de criticar la tiranía trujillista. Cuando su madre creía que andaba por un lado, Chino, que así lo llamaban, andaba por otro. Por la playa de Juan Dolio caminaba con sus cofrades una vez que apareció una ballena en la orilla, se varó entre rocas y entorpecida por la dificultad del retorno, murió. Le habían extirpado las vísceras, de modo que quedó hueca y quién si no él habría de introducirse en ella. Dentro, ya le faltaba el aire y el olor no era el más grato. Durante muchos días algunos no le llamaron Chino, sino Jonás. 

Por igual correteó detrás de los conejos gigantes que poblaban los bosques petromacorisanos antes de que la industria azucarera los desflorara. 

“Al igual que mis amigos de infancia, yo me di mucho gusto montando los conejos gigantes”. Tras los conejos se descubrió esqueletos de los elefantes enanos. Pero no todo fue travesura y trabajos tan extraños como vender sangre de cerdo o alquilar un hoyo para brechar prostitutas desnudas. Fue tempranero en el amor. Charlotte Amalie, título de su primer libro publicado, fue también el nombre de una chica que destilaba el perfume de las islas caribeñas, cuyo aliento despedía aroma de canela y nuez moscada. 

Ha sido de las preocupaciones que dominaron la vida del poeta. La trajo a la Capital y la sumó a la lucha contra la tiranía. “Desde mi nuevo hábitat me resultó más fácil la participación en las acciones contra la dictadura. Conocí nuevos amigos, me integré a las tertulias de la calle El Conde y formé parte de la Juventud Democrática. 

Johnny Abbes y la poesía 

Johnny Abbes y su amante, la mejicana Guadalupe Lemus.

Preso por conspirar contra la dictadura, lo mantuvieron desnudo en un subterráneo hasta el momento en que lo condujeron a la oficina del coronel Abbes, quien habría expresado: “A Villegas, déjenmelo a mí, de ese me encargo yo”. 

“¡Mierda!, dije para mí, ya sí llegó la hora”. Sacó un fólder que colocó sobre el escritorio. “Vamos a hablar de poesía –dijo- de las cosas hermosas de la vida, la poesía es para almas sensibles”. Villegas trató de entenderlo y aceptarlo, el instinto de conservación lo aconsejaba. 

A seguidas mostró unos versos de su autoría acerca de los cuales requería opinión. Entonces era Villegas la autoridad, había que dictaminar. Leyó aquello y con emoción fingida, exclamó: “Vaya, pero esto es para leerse dos veces”. El coronel Abbes mostró risa en toda la boca, no escondió la satisfacción 

Terminada la dictadura, vinieron otras luchas. Por ejemplo, la de 1965 por el retorno a la constitucionalidad, herida por el zarpazo de 1963. “En mi casa -dijo Villegas- se formó el primer comando de la resistencia contra la invasión de los gringos en 1965. 

De tanto afán, la existencia de Víctor Villegas se llenó de vida: combinación precisa de aspiraciones, luchas, temores, triunfos, fracasos, tristezas, alegrías y después tranquilidad, el merecido sosiego de quien no pasó por la vida, sino que militó, pues trabajó, amó, reprochó y cordializó. 

Y lo hace, incluso, desde su siesta perpetua. 

Santo Domingo, R.D., viernes, 29 de abril de 2011.

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