Con frecuencia las autoridades han apelado a unas estadísticas que parecen más bien resultado de la fantasía para reducir la criminalidad a un problema de percepción. Pero sin darse cuenta, obviamente, que de ser un asunto de creencia, que no es el caso, la criminalidad resulta peor todavía.
De no haber caído en la mitomanía de quien se cree sus propias mentiras, el Gobierno debe estar alarmado sobre la repercusión que ha tenido en sectores como el turismo el impacto de la criminalidad y la delincuencia que azotan a la población.
Es posible que en lo referente a visitantes extranjeros las consecuencias del siniestro rostro de la inseguridad haya sido mínima. Pero en cuanto al turismo que representan las vacaciones de los dominicanos ausentes la criminalidad de seguro que ha hecho mella.
A través de las redes sociales y otros medios es fácil darse cuenta del gran número de compatriotas que, por temor a la ola de crímenes, atracos y asaltos que golpean el territorio, prefieren otros destinos antes que su natal República Dominicana.
Si hace mucho que son asuntos del pasado los tiempos en que esos paisanos venían acompañados de amigos para mostrarles la belleza de esta tierra y el calor de la gente, hoy ni pensarlo. Es una decisión que pesa, pues se trata de personas que hacen sus ahorros para siquiera una vez al año venir al país a encontrarse con familiares y amigos para, como solían decir, pasarla bien. Pero ante tantas historias, de las que no siempre se enteran a través de la prensa, esos compatriotas han optado por no arriesgarse.
El siniestro rosto de la criminalidad, con todas sus nefastas consecuencias, los ha espantado, además de poner por el suelo la otrora seductora imagen del país. Y tan grave es el fenómeno que por aquí se considera uno de los males principales que afectan a la nación. No es una cuestión de percepción, sino lo que dicen los hechos. Siempre tozudos.
Santo Domingo, R.D., lunes, 22 de agosto de 2011.
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