sábado, 13 de agosto de 2011

Lecciones de dignidad



PEDRO P. YERMENOS FORASTIERI

El mundo actual está ávido de ejemplos paradigmáticos. Abruma esa terrible sensación de que todo está perdido y que eso de aferrarse a principios y valores, es cosa de tontos e ilusos. Es la época del disfrute máximo al mínimo esfuerzo. Ha desaparecido la disposición a sembrar hoy para cosechar mañana. El placer se procura en lo inmediato, sin reparar en los costos, en ningún sentido, que eso pueda implicar. Una sociedad así sustentada, no puede sorprenderse de que día a día se susciten episodios y tragedias que nos dejan anonadados porque no estamos advirtiendo los riesgos que se corren por la forma en que todos, de una u otra manera, hemos asumido. Se sabe que no es fácil nadar contra corriente, pero de no tomar conciencia de lo que estamos propiciando, entonces preparémonos para la llegada del caos, si es que no estamos inmersos en él. De ahí el valor de los dos casos que se narran en este artículo. 

El papá de la persona investigada como autora intelectual de la muerte del periodista José Silvestre y los padres de una joven inglesa a quien ellos vieron por televisión participando del saqueo de un comercio, han ofrecido, al manifestar su repulsa a los hechos cometidos por sus hijos, lecciones de dignidad que sirven a quienes tenemos la trascendente responsabilidad de forjar ciudadanos positivos. 

La tendencia natural de los formadores es tener dificultad para preservar la objetividad cuando sus descendientes son protagonistas de acciones que riñen con el sentido de integridad que debe prevalecer en cualquier ser humano que respete una escala de valores y principios. En ese contexto es donde se precisa colocar por encima de comprensibles y humanas tentaciones, el sentido del deber, en la certeza de que al actuar de esa forma, hacemos lo correcto, aunque eso se establezca en el futuro. Ser padres es sustentar teorías con el ejemplo, no avalar inconductas. 

Lo penoso es que muchas veces, detrás de los insólitos espaldarazos a hijos en falta, se escuda una serie de perversidades a partir de las cuales los ascendientes aprovechan la circunstancia para sacar provecho de lo sucedido, poniendo de manifiesto, de esa forma, que son más miserables que sus propios descendientes. 

Hemos sido testigos de que, en ocasiones, los beneficiarios de los resultados de acciones cuestionables, se hacen los desentendidos del origen de los bienes, como mecanismo de no perder su disfrute. Es legendario el cuento de la hija que le dice al padre que todo lo que le ha regalado lo obtuvo ejerciendo la prostitución en Europa y cuando él intenta reaccionar con enfado, ella le dice que no hay problemas, que le devuelva todo. Cuando él le pide que repita lo que hace y ella insiste que es prostituta, él le dice que lo perdone, que entendió “protestante” y que en su casa todo el mundo debe ser católico. 

No siempre se trata de bienes materiales, y esos casos son más lastimosos. Ascendientes que se saben en falta y se la han pasado simulando cualidades de las que carecen, utilizan la acción reprochable de sus hijos para garantizar su indulgencia cuando sean descubiertos. Caso típico de chantaje de la peor catadura. ¿Habrá algo más deleznable?

He reunido mis hijos alrededor de estos ejemplos. Que estén advertidos de que su papá siempre estará a su lado, pero haciéndoles asumir las consecuencias de sus actos.

Santo Domingo, R.D., sábado, 13 de agosto de 2011.

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