Mi voz escrita//
JORGE HERRERA
Hatuey De Camps es un antidialéctico consumado, no evoluciona; y por lógica consecuencia, su estática, no tiene otro destino que la involución, como afirmé en el artículo anterior. Sin rubor confieso que antes lo hubiera lamentado, pero ahora no. Es algo que él buscó con tanto afán, que resultó consustancial con su naturaleza, en tanto el subconsciente es el que ordena cómo actuar.
Su egoísmo en el orden político y el necio y desconsiderado trato con que siempre ha manejado sus relaciones humanas, hoy le reportan un haber tan negativo que sin mucho apuro podría ser registrado en el libro Ginness, como el político antillano que con sus actos, referencia mejor al Chacumbele que inmortalizara el guarachero Miguelito Valdez, aunque paradójicamente “él mismito se mató”.
Hatuey aún se atreve a hablar de principios, no obstante carecer de calidad. O, ¿acaso cree el alegado desecho del liderazgo nacional que la nuestra es una sociedad sólo compuesta por otarios, pendejos y alcahuetes? Lo cierto es que los principios que arguye la hoy fracasada promesa de nuestra generación, sólo han servido de comodín a sus desmedidas ambiciones mercuriales.
Es lastimero tener que aceptar que por una inquina visceral en contra de todo el que ha llegado o esté a punto de llegar antes que él, como sucedió con Miguel Vargas en los comicios de 2008, Hatuey se erija en retranca. Prefirió ser segundón de un émulo de Balaguer, a sabiendas de que entre los dos “no sacaban una gata a mear”, antes que apoyar las aspiraciones de su compadre no sé cuántas veces. Compadre, ¿de qué?
Como no entiendo por qué tanta irracionalidad, sólo me queda parodiar la sabiduría popular que con tanta gracia repetía el abuelo papá Martín: “el que quiere terminar mal, hace su propia diligencia”…
Santo Domingo, R.D., viernes, 16 de septiembre de 2011.
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