ATISBANDO//
BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
La palabra es un instrumento que, bien usado, contribuye al entendimiento y a que haya comunicación correcta entre los hombres.
El inolvidable licenciado Carlos Rafael Goico Morales, maestro en el uso del lenguaje culto, artista del bien decir, para evitar confusiones entre sus palabras y el entender de algunos periodistas, solicitaba una libreta y escribía las respuestas.
Juan Bosch decía que a su regreso al país, en 1961, encontró que el pueblo dominicano había abandonado el uso de un número tan alto de palabras de la cotidianidad que ahora sólo poseía unas mil palabras. Criticaba profundamente la pobreza del lenguaje de la década de 1970.
La palabra es un modo de establecer puentes entre los hombres, una manera de acercamiento que debe ser usada siempre para solucionar, nunca para dificultar.
La palabra es como la luz que entra por un resquicio cuando el sol de la mañana comienza a descubrir la vida. Ese rayo de luz trae claridad, ilumina, permite sacar los objetos y hasta la gente, de la oscuridad que impide ver los contornos, las agudezas, las hendeduras, en una palabra, ese rayo de luz da y vuelve a la vida.
Ese rayo de luz trae dentro de sí una increíble cantidad de mensajes, de información que se cuela en las incontables partículas que lo acompañan sin que sepamos si son dañinas o beneficiosas.
Una palabra trae, como el rayo de luz que acaricia la mañana, múltiples y complejas formas que deben ser descifradas por el interlocutor para que haya entendimiento.
El entendimiento se logra muchas veces con palabras, pero hay oportunidades en las cuales un gesto, un guiño de los ojos, una sonrisa, son una invitación que facilita la comprensión y sirve de puente.
Juan Bosch contaba que en su casa trabajaba un hombre tan despistado que había que llamarle la atención constantemente por los errores que cometía. Todo terminó el día que la madre de Bosch descubrió que Cristino siempre hacía lo contrario a lo que se le ordenaba. Desde entonces le indicaban: Cristino, por favor, no tome ese saco arroz, lo lleva al almacén y lo coloca encima de la mesa. Y Cristino, religiosamente, cargaba el saco, lo llevaba al almacén y lo colocaba sobre la mesa.
A mi Miriam le ocurrió algo similar: le indicó al pintor que cubriera todo menos las persianas de cedro, que no las pintara. En la tarde, el Moreno había pintado nada más que las persianas, con un color blanco hueso.
En política hay quienes no entienden ni quieren entender. La regla de oro de la democracia es que unas elecciones las ganan el candidato y el partido que obtienen más votos.
Nunca pensé que tendría que explicar que unidad no significa U-NA-NI-MI-DAD. No señor.
Santo Domingo, R.D., sábado, 10 de septiembre de 2011.
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