Eduardo Álvarez
“Yo no debería tener esperanzas –debería solamente tener ruedas-… Mi vejez no tendría arrugas ni cabello blanco…” Fernando Pessoa
Más que esperanzas, merecemos realidades. Ser beneficiarios, todos, del crecimiento económico que, de manera sostenida, registrado durante los últimos años, conforme las estadísticas del Banco Central. Si estas riquezas no fueran acaparadas ahora por quienes venden esperanzas e ilusiones a cambio del voto, serian más que suficientes para los diez millones de dominicanos que habitamos esta media isla.
Cada dominicano debería ahora –no después- comer bien, tener un techo propio, un empleo digno, escuelas decentes con buenos maestros, hospitales limpios con buenos médicos, agua potable, calles aseadas. Nos ganamos el derecho a tener gobernantes honestos, cuyas vidas sencillas y templadas, con gastos frugales, el aparte del boato y la corrupción.
Cada paraje, cada sección, cada distrito municipal, cada municipio, vale lo que valen las grandes urbes, con sus funcionarios enriquecidos y aislados. Para ellos, las promesas de esperanzas que nunca llegan son, además de redundancias, puras mentiras y engaños.
Queremos y merecemos un país real, para todos. El PLD y sus funcionarios se apertrechan hasta la coronilla de realidades, mientras ofrecen esperanzas. Así sí es bueno. Dos o tres se alzan con el poder, acomodan a sus vasallos, reparten canonjías entre otros cuantos, compran voluntades. Para el resto, las ilusiones.
Este es el momento de que cada ciudadano dominicano tome consciencia del valor de su voto. Que se dé cuenta de que él y sus hijos se merecen ser parte de esas riquezas que estos funcionarios les sustraen de la manera más descarada y cruel.
Articulan nuevos líderes y valores, con los recursos del Estado, para resguardarse y proyectar una infinita continuidad. Consiguen con esto, poner fin a las propuestas de alternabilidad y libre decisión que supone vivir en democracia. En pocas palabras, el PLD ha devenido en una gran estafa, provocando la falta de fe en sistema y sus bondades.
Sin embargo, están aún presentes en seno del pueblo otras realidades parecidas a su idiosincrasia, con propuestas verdaderas, prácticas y necesarias. Vigorosas fuerzas que se mantienen latentes para lograr el cambio que todos aspiramos. Representadas en Hipólito Mejía, una realidad tan tozuda y firme como la voluntad que nos ha hecho imbatibles a lo largo de nuestra historia. Es lo que merecemos, en vez de vanas y embaucadoras promesas de quienes no hacen más utilizar el poder para enriquecerse.
Santo Domingo, R.D., domingo, 29 de enero de 2012.
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