BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Ha muchos años leí una obra titulada “La megalópolis
desatada” en la cual se estudiaba el ¿fenómeno? ¿problema? o natural
crecimiento elefantiásico de muchas capitales de América Latina.
En la década de 1960 la Oficina de Planificación advertía
que para 1990 la mayoría de la población residiría en una de las ciudades del
país. Entonces, me pareció exagerado.
El abandono del campo, la escasa o ninguna educación
técnica de los pequeños tenedores de tierra (agricultores de subsistencia)
la falta de financiamiento, de planes de
extensión agrícola junto con el boom de la construcción, en algunos polos de
desarrollo turístico e industrial, jugaron un papel fundamental en el traslado
de la gente hacia las ciudades. Esos ciudadanos traían consigo el
analfabetismo, el “cualquiercosismo”,
para trabajar y vivir en una ciudad. Comenzó un vía crucis que no acaba.
Saber hacer “cualquier cosa” sólo sirve cuando hay un gran auge en la
construcción que requiere de mano de obra sin calificación. La mecanización de
las técnicas aplicadas a la industria de la construcción eliminó muchos puestos
de trabajo.
También el número de plazas en la guardia, en la policía,
en las oficinas públicas es limitado, aunque no lo parezca.
Creció el cinturón de la ciudad con viviendas precarias a
orillas de los ríos, en las montañas cercanas a la ciudad, colgando de lugares
inverosímiles. Surgieron como hongos envenenados con ausencia de servicios sanitarios,
atención médica, escuelas, agua potable, electricidad, calles organizadas.
La politiquería que busca votos y el afán de lucro
alimentado por mano de obra cuasi esclava, contribuyen al crecimiento
desordenado de bolsones de miseria donde más que vivir, se muere lentamente.
Esa población marginada hace esfuerzos permanentes para
no dejarse morir, exige su espacio, tiene sus propias reglas de conducta que
poco tienen que ver con las de la sociedad establecida.
Vemos surgir sin orden ni concierto, sin ley y sin
respeto, poblaciones de personas que ejercen el comercio en el lugar donde
pueden, en las calles, en las aceras y la ciudad se arrabaliza aunque muchos no
lo ven porque viven en lugares donde hay un mínimo de orden y de la
limpieza. Surgen mercados en
cualquier calle donde se vende desde
ropa y comida hasta electrodomésticos, son demostraciones de lo que es una
megalópolis desatada. Vaya al mercado de pulgas del Malecón, a la Duarte con
París y vea, además, la invasión
haitiana que monopoliza el pordioserismo, el comercio callejero de las frutas,
dulces, confituras, tarjetas de llamadas telefónicas.
Lo peor de esa situación es que se vive de espaldas
al orden, al sucio y se falta el respeto
a todo, sin que parezca importarle a nadie.
Por eso dicen que damos pasos agigantados hacia la
africanización; no lo permitamos.
Santo Domingo, R.D., jueves, 19 de julio de 2012.
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