viernes, 17 de agosto de 2012

Melisa Machado



Chiqui Vicioso

Debo confesar que nunca he sido muy admiradora de la mal llamada poesía erótica.  Digo mal llamada, porque toda buena poesía tiene un trasfondo erótico, entendiéndose por Eros, una pulsación vital.

Recuerdo cuando la poeta Leda García visitó el país, durante la Feria dedicada a Aída Cartagena Portalatin y sus poemas desataron la locura de un joven que desde entonces la persiguió por toda la ciudad con propuestas hasta de matrimonio. La recuerdo refugiándose en la humanidad de Graciela Genta, poeta del Uruguay, como si fuera una escolar asustada, y nos recuerdo muertas de la risa frente a esa inconsecuencia. Si usted agita las avispas, tiene que estar preparada para las consecuencias.

Leda García, poetisa costarricense.

Recuerdo también que fue la primera vez que externé mi reserva frente a la mal llamada poesía erótica, basada en la percepción de que es una especie de hedonismo, una manera de autopromoverse, y he presenciado ya suficientes lecturas de poetas eróticas, jugando a la seducción, algunas ya muy mayorcitas, como para reafirmarme en mi concepto de lo erótico como algo que no se anuncia,  algo muy sutil, una electricidad secreta que encuentra su eco donde tiene que encontrarlo.

Con estas aprehensiones asistí a la sesión de poesía erótica que se organizó en Londres con las poetas Gioconda Belli y Melisa Machado, del Uruguay.  Gioconda comenzó la lectura pidiendo excusas por leer un poema que a su madre no le gusta, y que le había recomendado no leer.    Luego se reivindicó con un excelente poema, incluido en la Antología Mundial, donde hace recomendaciones eróticas a un pintor amigo a punto de casarse.

Melisa Machado.

Luego le tocó el turno a Melisa,  quien leyó de su poemario Rituales, unos poemas que el crítico Aldo Mazzucchelli  presenta como  de alguien que ha superado la llamada “retórica de lo femenino”.  Poesía donde “lo femenino, a menudo construído por el otro genérico como espacio permitido, debe reapropiarse en cada nueva práctica”, creando una metafísica  de la sensualidad.  De ahí que no abunde lo emocional ni lo exuberante en estos poemas, cuidadosamente construidos.  Proceso que desemboca en un control de la retórica, dotando su poesía de mitologización, alejamiento y grandiosidad”: “Quédate conmigo, haz de mí un instrumento de tu fe”, entendiendo que desnudar el texto (lo que predominaba en los  70 como “liberación”), solo conduce al tedio y a la “dictadura de las medianías”.

Poeta que entiende que “no existe sensorialidad alguna sin concepto, ni palabra que no esté revestida de logos”, Melisa define como  ejercicio de la poesía  el intento de despojarse de ese logos que siempre significa domesticidad y pérdida de la experiencia original y única”.

Santo Domingo, R.D., viernes, 17 de agosto de 2012.

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