FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Necesaria o no, la reforma fiscal preparada por el
gobierno para hacerle frente al asombroso déficit fiscal de más de 170 mil
millones de pesos, provocado por el entusiasmo con que se gastó en la campaña
electoral pasada, ha caído sobre las cabezas de los dominicanos como una cubeta
de agua helada que amenaza con neumonías devastadoras por la concepción tan
fiscalista de sus fines de esquilmarle al ciudadano hasta el último centavo.
Es verdad que la
situación ameritaba acciones drásticas
para frenar el sendero en el cual se había encaminado el país, empujado por un
gasto alegre de sociedades desarrolladas, donde el gasto conspicuo por los
gustos lujosos es la señal de una opulencia muchas veces marcadas por un lavado
muy mal disimulado.
El país, en los
últimos años, ha tenido un sector social que ha vivido en una desesperación por
aparentar y mantener un nivel de vida ostentosa, que ni siquiera los ejecutivos
de las empresas más rentables, solo con
excepción de obras de construcción sobrevaloradas y en manos de contratistas
extranjeros, que sí han sabido
corresponderle a su padrinos políticos criollos y encumbrados
funcionarios de una forma generosa, lo
cual ha estimulado a que ese dinero se gaste con mayor rapidez y exhibición.
De ahí que la
anunciada reforma fiscal haya encontrado un valladar de resistencia tan
sorprendente, que ningún sector lo acepta ya que se teme que el gobierno se
quede corto en sus intenciones de enderezar y corregir muchos entuertos,
principalmente en lo que se considera
algo intocable, que es la reducción de la nómina pública. Para hacer potable la
reforma fiscal se ha anunciado planes para reducir la nómina pública y a la vez
hacerle frente al monstruo intocable hasta hace pocos días de la hipertrofiada
nómina de la Cancillería.
La reforma fiscal
ha sido concebida con la mentalidad clásica de los economistas y
burócratas administrativos, que idean su tinglado de rescate fiscal sin
tomar aspectos fundamentales de la sociedad dominicana, ya que la nuestra no es
ni chilena, ni española, ni mejicana y
mucho menos norteamericana; de manera que a la masa social dominicana se le ha
pinchado por donde duele, pero todavía hay tantos desafueros para corregir.
Todavía se le pueden cortar los gastos de las lujosas
cortes, de los legisladores con sus nominillas y aportes especiales, de los
subsidios a los sindicatos intocables de
choferes, a los partidos políticos, a
las instituciones descentralizadas que son
reinos apartes con ingresos comparables a los de un emirato árabe sumergido en
petróleo.
Los exagerados niveles de dispendio del servicio exterior dominicano, que
permanecían invulnerables por los compromisos políticos, amarrados para el
triunfo del PLD, les han llegado su hora de someterse a la realidad. Y eso era una de las causas del rechazo tan
vehemente de la población al paquetazo fiscal que se pretende imponer, mientras
existía una permisibilidad en el malgasto de los políticos que sobresalen frente a las buenas intenciones del
presidente Medina que veía tambalear su plan de adecentamiento ético, que tan buena impresión causó cuando
se dio a conocer al ver de cómo se iba a
frenar el despilfarro de los funcionarios con sus tarjetas, sus vehículos, sus
móviles y sus francachelas en los restaurantes de lujo. Quedaríamos frente al mundo como un país incorregible y
destinado a vivir sumergido en la corrupción.
Santo Domingo, R.D., 11 de octubre de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario