ANDRÉS L. MATEO
Jacques Lacan, el dificilísimo sicoanalista francés del
sujeto paranoico de la civilización científica de nuestros días, repite siempre
a lo largo de todos sus escritos que “el inconsciente es el discurso del otro”.
Es como si fuera imposible captarse a sí mismo sin el discurso del otro, pues
nada existe sino sobre un fondo supuesto
de ausencias, que “el otro” se encarga de enseñarnos a ver.
¿No es, acaso, lo que le ha ocurrido a la dominicanidad?
¿Quién nos ha enseñado a reconocernos a nosotros mismos, sino las agudas
lamentaciones del pensamiento dominicano del siglo XIX?
Según eso, somos la ingenuidad de la metáfora de la
historia repetida hasta el cansancio en el fracaso y la frustración. Hay un Yo
puteado que emerge de la historia nacional, y es la trabazón entre lo simbólico
y lo real, modo de reacción que la culturología criolla ha llamado “pesimismo”,
refiriéndose a la antología llorosa e iracunda de intelectuales que
verbalizaron los males de la patria casi como taras genéticas; pero que es un
sésamo sombrío que se abre siempre hacia la fatalidad. Balaguer se quitaba el sombrero y lo arrojaba
hacia atrás sin el menor cuidado, y un general afanoso lo atrapaba en el aire
tintineando en sus cinco estrellas. En la ancianidad, ciego, todo el poder de
ese general estaba en la evidencia de atrapar el sombrero, en ese campo
privilegiado que fundaba la coartada que hacía del presidente Balaguer un
portador “natural” del poder, un ser sin límite, dueño de una claridad feliz,
que iba más allá de todas las instituciones.
Danilo Medina y Leonel Fernandez en acto del PLD.
Como el inconsciente es el discurso del otro - según
Jacques Lacan - es sacando a flote la
cosa oculta de ese Yo puteado que la dominicanidad podrá entender el sentido
previo que la marca en esa desazón, en
ese martirio de ver siempre los mismos factores en la historia. Porque esa amargura que interpela es la voz
del pasado y el presente al mismo tiempo, y si los sicólogos no hablan de ese Yo puteado es porque no han estudiado
a profundidad la resultante sicológica de nuestra aventura espiritual, y el
desgarramiento de nuestros humanistas y
culturólogos. ¿No es el presidente
Danilo Medina el general afanoso que atrapa en el aire el sombrero que
Leonel Fernández arroja hacia
atrás? ¿No es todo lo que está
ocurriendo en este país en este momento, un modelo contemporáneo de ese Yo
puteado de la dominicanidad? ¿No es esa jauría del PLD la misma
oficiante de la política del manigüerismo caudillesco, cuyo único interés era enriquecerse?
Nos jodieron. De aquí en adelante ya no hay sueños.
Gestos sin aventura, aunque fueron ellos quienes han desfalcado el Estado,
ahora nos piden “comprensión”, “sacrificios”, “gestos patrióticos”. ¡Nos
jodieron! ¿Por qué estamos todos
inmersos en el gesto de vivir la última degradación de la historia? ¿Se merece
este pueblo, después de tantas luchas, ese espectáculo ridículo en el que un
Dios yacente (Leonel Fernández) escucha las filípicas aduladoras de sus
súbditos, un conjunto de ineptos que no han podido, ni siquiera nombrarlo, pese
a que fue ese Dios agobiado el que metió a este país en ese hoyo negro? Lo que se confirma es que la práctica
política en nuestro país es rehén de su propia inconstancia, y que esta crisis
es también una expresión de las increíbles escaleras inversas por las que se
desplaza el atraso político de la nación dominicana.
Nos jodieron, nos han puteado siempre estos ladrones que históricamente han dirigido la
cosa pública en nuestro país. Una clase
política que no ha podido superar los métodos del conchoprimismo,
y nos dejan mordidos por los perros del desconsuelo. “¡Pronto, apaguemos la
lámpara/ para hundirnos en lo oscuro!” - como exclamaba Charles Baudelaire, el
maldito, ante un mundo embotado, en cuyos enjambres de maléficos sueños él se
ahogaba. Igual que yo, en esta media isla desolada, tan inconmensurablemente
pobre, en que la simulación es una virtud.
Santo Domingo, R.D., jueves, 11 de octubre de 2012.
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