VOCES Y ECOS
Rafael Peralta
Romero
(1)
Un casi anciano, escaso de carnes, carifresco y suelto de
palabras, se presenta a un taller de reparación de vehículos. Lleva un ensarte de chucherías
para vender, pero como se encuentra con un público masculino, sólo promueve uno
de sus artículos. “El nuevo chinito”, dice mientras lo muestra. Es un producto en latica, como las
de las pomadas baratas para salpullidos
y eczemas.
La particularidad de aquel producto es que el envase es
rojo y la tapa lleva impresos unos caracteres mandarines en medio
de los cuales aparece una palabra en español: chinito. Es presuntamente el
nombre del bálsamo, vendido para hombres
que quieran extender el acto sexual, retardando la eyaculación.
Durante años a un producto con este nombre se le ha
atribuido ese poder excepcional para
dar “pelas” de sexo. El producto
original se comerciaba en frascos pequeños, como el de los perfumes. Lo que
vendía el viejo descarnado y descarado era un ungüento elaborado para otro tipo
de dolencias, con fragancia de canela,
comerciado con una marca que recuerda a los pobladores
originales del Perú.
+Loteria+Nacional+Dominicana2.png)
Los timos tienen
carácter de clase. Los niños ricos pueden ejercer un fraude con tarjetas
de crédito o una transacción vía Internet,
en tanto los pobres preparan una lata de carbón coronada con pedazos grandes, mientras que en
el fondo solo cisco se ha de encontrar. Es un engaño de pobres para pobres.
Para menos pobres es la burla de quienes
falsifican whisky ligándolo con agua de azúcar o el de los que
recogen restos de cervezas, dejadas en
el vaso o en la botella por consumidores, para “sellarle” la tapa y ofrecerla
como nueva. De seguro que a alguien encuentran para realizar su plan.
Cada día sale un
tonto a la calle, es un decir repetido y con mucho de verdad. Pero reitero,
cada engaño tiene su gente. Un individuo entra a un colmado con el apuro de que
le cambien un billete de lotería
supuestamente premiado con doscientos pesos, pero con apariencia de que
el premio es de dos mil. Debido a su “urgencia” él quiere ciento ochenta pesos,
en tanto que quien recibe el boleto
piensa que el sujeto no “se fijó” en que el valor real era dos mil pesos. Lo paga
apresurado y luego se entera que no había ningún premio. El burlador iba lejos.
Santo Domingo, R.D., sábado, 20 de octubre de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario