sábado, 20 de octubre de 2012

Los engaños menores


VOCES Y ECOS

Rafael Peralta Romero

(1)

Un casi anciano, escaso de carnes, carifresco y suelto de palabras, se presenta a un taller de reparación de vehículos. Lleva un ensarte de chucherías para vender, pero como se encuentra con un público masculino, sólo promueve uno de sus artículos. “El nuevo chinito”, dice mientras lo  muestra. Es un producto en latica, como las de las pomadas baratas  para salpullidos y eczemas.

La particularidad de aquel producto es que el envase es rojo y la tapa  lleva  impresos unos caracteres mandarines en medio de los cuales aparece una palabra en español: chinito. Es presuntamente el nombre del bálsamo, vendido para  hombres que quieran extender el acto sexual, retardando la eyaculación.

Durante años a un producto con este nombre se le ha atribuido ese poder excepcional  para dar  “pelas” de sexo. El producto original se comerciaba en frascos pequeños, como el de los perfumes. Lo que vendía el viejo descarnado y descarado era un ungüento elaborado para otro tipo de dolencias, con fragancia de canela,  comerciado  con una  marca que recuerda a los pobladores originales del Perú.

Andamos  entre engaños y engañadores. Pero este artículo no se va a ocupar de las estafas políticas, de engaños financieros o de los déficits fiscales, de la quiebra del Estado. He preferido una reflexión sobre las burlas que envuelven sumas  pequeñas, pero que han costado un “esfuerzo” a quienes las  idean o practican.

Los timos tienen  carácter de clase. Los niños ricos pueden ejercer un fraude con tarjetas de crédito o una transacción vía Internet,  en tanto los pobres preparan una lata de carbón  coronada con pedazos grandes, mientras que en el fondo solo cisco se ha de encontrar. Es un engaño de pobres para pobres.

Para menos pobres es la burla  de quienes  falsifican whisky ligándolo con agua de azúcar o el de los que recogen  restos de cervezas, dejadas en el vaso o en la botella por consumidores, para “sellarle” la tapa y ofrecerla como nueva. De seguro que a alguien encuentran para  realizar su plan.

 Cada día sale un tonto a la calle, es un decir repetido y con mucho de verdad. Pero reitero, cada engaño tiene su gente. Un individuo entra a un colmado con el apuro de que le cambien un billete de lotería  supuestamente premiado con doscientos pesos, pero con apariencia de que el premio es de dos mil. Debido a su “urgencia” él quiere ciento ochenta pesos, en tanto que quien recibe  el boleto piensa que el sujeto no “se fijó” en que el valor real era dos mil pesos. Lo paga apresurado y luego se entera que no había ningún premio.  El burlador iba lejos.

Santo Domingo, R.D., sábado, 20 de octubre de 2012.

No hay comentarios:

Translate