sábado, 27 de octubre de 2012

Los engaños menores


VOCES Y ECOS  

Rafael Peralta Romero

(2-2)

Con la primera parte de este artículo, gané que un amigo me enrostrara  que evado la realidad dominicana hablando de pequeñeces, mientras el pueblo sufre los efectos de   la gran estafa   perpetrada por la mafia  que desguañangó la economía a la vez que amarró las instituciones públicas para asegurarse  impunidad perpetua. Quizá el amigo tenga razón.

Bueno,  debo continuar. Verdadera gitanería fue la que viví en una farmacia  cuando un tipo entró con un billete de cien dólares, de noche, y rogó para que le vendiera leche para un recién nacido. No cambiamos dólares, se le dijo, pero el hombre persistió hasta conmover. Su  treta se dio, aunque la leche no le sirviera para nada, la devuelta en pesos legítimos, a cambio de dólares falsos, sí le sirvió.   

Las aulas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo son escenarios frecuentes de  embaucadores que apelan a la sensibilidad  estudiantil en busca de  ayuda para un fin. Desde hace tres décadas conozco esa situación. Pero nunca había visto un discurso tan bien articulado, argumentos  tan bien expuestos como el del hombre que anda diciendo que padece el sida y pide auxilio para el tratamiento.

Algunos  engaños artificiosos, con apariencia de verdad,  ya hieden de viejo. El célebre caso del individuo que se encuentra un anillo en la calle y quiere venderlo, como pedir para un supuesto  hijo enfermo o  los que se montan en los carros públicos y  reclaman devuelta sin haber pagado.

Hace un par de años, un individuo de apariencia   misteriosa y conducta miserable, me detuvo en la calle Vicente Noble, en Santo Domingo,  para ofrecerme dos gomas de automóvil que lucían en magnífico estado. El precio era para adquirirlas, aun sin haber salido a comprar. Cuando el gomero trató de montarlas, me dijo: “Las compraste en la calle”. Eran solo apariencia. El sujeto cambió de esquina y siguió en su mezquina tarea.

Que el limpiabotas no ponga suficiente betún a los zapatos, que un sastre –los hay- cambie una tela por otra de menor calidad o que un pulpero mezcle aceite de oliva con uno  más barato son realidades indiscutibles. Engaños que no producen mayores daños a las víctimas, pero engaños al fin. Engaños entre pobres.

Los ricos engañan cuando disminuyen la calidad de sus productos o los venden fuera del precio justo. No quiero hablar de tarjetas de créditos porque me saldría del tema, pero  me choca el pequeño problema que ocasionan los bancos a sus clientes en negociaciones que envuelven fracciones de dólares. El banco no devuelve ni recibe  divisa norteamericana en metálico. Me parece un engaño, aunque pequeño.

Hay más que decir, pero falta espacio.

Santo Domingo, R.D., sábado, 27 de octubre de 2012.

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