VOCES Y ECOS
Rafael Peralta
Romero
(2-2)
Con la primera parte de este artículo, gané que un amigo
me enrostrara que evado la realidad
dominicana hablando de pequeñeces, mientras el pueblo sufre los efectos de la gran estafa perpetrada por la mafia que desguañangó la economía a la vez que amarró
las instituciones públicas para asegurarse
impunidad perpetua. Quizá el amigo tenga razón.
Bueno, debo
continuar. Verdadera gitanería fue la que viví en una farmacia cuando un tipo entró con un billete de cien
dólares, de noche, y rogó para que le vendiera leche para un recién nacido. No
cambiamos dólares, se le dijo, pero el hombre persistió hasta conmover. Su treta se dio, aunque la leche no le sirviera
para nada, la devuelta en pesos legítimos, a cambio de dólares falsos, sí le
sirvió.
Las aulas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo son
escenarios frecuentes de embaucadores
que apelan a la sensibilidad estudiantil
en busca de ayuda para un fin. Desde
hace tres décadas conozco esa situación. Pero nunca había visto un discurso tan
bien articulado, argumentos tan bien
expuestos como el del hombre que anda diciendo que padece el sida y pide
auxilio para el tratamiento.
Algunos engaños
artificiosos, con apariencia de verdad,
ya hieden de viejo. El célebre caso del individuo que se encuentra un
anillo en la calle y quiere venderlo, como pedir para un supuesto hijo enfermo o los que se montan en los carros públicos
y reclaman devuelta sin haber pagado.
Hace un par de años, un individuo de apariencia misteriosa y conducta miserable, me detuvo
en la calle Vicente Noble, en Santo Domingo,
para ofrecerme dos gomas de automóvil que lucían en magnífico estado. El
precio era para adquirirlas, aun sin haber salido a comprar. Cuando el gomero
trató de montarlas, me dijo: “Las compraste en la calle”. Eran solo apariencia.
El sujeto cambió de esquina y siguió en su mezquina tarea.
Que el
limpiabotas no ponga suficiente betún a los zapatos, que un sastre –los hay-
cambie una tela por otra de menor calidad o que un pulpero mezcle aceite de oliva
con uno más barato son realidades
indiscutibles. Engaños que no producen mayores daños a las víctimas, pero
engaños al fin. Engaños entre pobres.
Los ricos engañan cuando disminuyen la calidad de sus
productos o los venden fuera del precio justo. No quiero hablar de tarjetas de
créditos porque me saldría del tema, pero
me choca el pequeño problema que ocasionan los bancos a sus clientes en
negociaciones que envuelven fracciones de dólares. El banco no devuelve ni
recibe divisa norteamericana en metálico.
Me parece un engaño, aunque pequeño.
Hay más que decir, pero falta espacio.
Santo Domingo, R.D., sábado, 27 de octubre de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario