jueves, 18 de octubre de 2012

Para robarse el trueno


Leonel está convencido de que él es la grandeza sin límite de un poder

Andrés L. Mateo

Leonel Fernández se cree el sueño mismo de lo grandioso, y para  demostrárnoslo, nos desguañangó.  Entre la gloria y el hechizo de éste ser privilegiado, el déficit fiscal es el epitafio de la ambición que se erigió a sí mismo.

Doy un dato:  tanto en las apreciaciones de Bernardo Vega publicadas en “La lupa sin trabas”, como en el estudio del economista Jochi Vicente, preparado para el Consejo Nacional de la Empresa Privada, lo que ocurrió fue que a partir del 2008 Leonel Fernández usó el Estado como herramienta electoral, y  se desbocó de manera incontrolable en materia fiscal. Pero al llegar al 2012 la característica del gasto se aceleró orillando  el suicidio fiscal,  y Bernardo Vega llega a confirmar que “entre enero y agosto los gastos corrientes crecieron un 34.6% con relación al mismo periodo del 2011”. Mientras que  en el estudio de Jochi Vicente se constata que “La realidad del 2012 fue: Un déficit fuera de todo parámetro y que atenta contra la estabilidad macro-económica”.

Ese déficit fiscal, situado en el orden de los 187 mil millones de pesos, tiene un componente enteramente personalista (verificable en ambos estudios), atribuible a la megalomanía de Leonel Fernández, y a sus pretensiones de volver al poder en el 2016. Gastó más dinero del presupuesto en su propia promoción  después que Danilo fue electo, que todo el que invirtió en la campaña.

Le robaba el trueno a Danilo Medina, colocando su deseo de volver en el 2016 en el centro de una crisis enorme, haciendo  uso del dinero público sin importarle la situación de deterioro que había creado.  Bernardo Vega dice que “Aunque los ingresos fiscales crecieron un 15.4%, en gran parte por los impuestos pagados por ganancias de capital en la venta de acciones de la Cervecería, el déficit fue extraordinario”. Y es bueno decir que en el estudio de Jochi Vicente queda bien claro  “que en el 2007 no hubo déficit, sino un superávit de 2, 889 millones de pesos.

En el 2006 el déficit había sido de 3,141 millones, en el 2005 de 4,012 y en el 2004 de 6,917 millones de pesos. En el año 2003, cuando gobernó Hipólito Mejía, pese a la crisis financiera por el fraude de los bancos, el país no registró déficit, sino un superávit de 5,692 millones de pesos”. Lo que quiere decir que la crisis es suya, que es la pesadilla realizada de su gestión.

No hay ningún otro culpable de esta debacle económica. Leonel Fernandez está convencido de que él es la grandeza sin límite de un poder, y  ha secuestrado a toda una nación usando el presupuesto público para su gloria personal. Ha enriquecido a muchos, pero  ha dejado  en el descalabro al país, particularmente a la clase media que lo apoyó al principio; con tal de construirse una plasticidad semi divina echando manos de los recursos públicos.

Es un adicto al poder, y no le importan las consecuencias de sus actos. ¿Acaso él no sabía lo que iba a causar esa expansión  significativa del gasto público? ¿Le era ajeno el hecho de que el 70% del aumento  del gasto corriente fueran servicios personales y un ritmo de construcción de obras que ni siquiera podía terminarlas? ¿No era una irresponsabilidad total propiciar más de doce mil pensiones, gastar miles de millones en promoción gubernamental, diluir más de cincuenta millones de dólares en viajes de promoción personal, aumentar las nominillas, permitir la expansión de la corrupción a poco más del 5% del PIB?

En medio del desastre, treinta y ocho días antes de la transmisión del poder, armó un viaje a Europa con 27 invitados.  Era el colmo de la indolencia. Iba a besarle la mano al Rey de España, y a otros pariguales. Gastó poco más de tres millones de dólares, sabiendo que el país se estaba cayendo a pedazos. El mismo día que se subió al avión, llegaban los cañeros del CEA a las puertas del Palacio, por quinta vez, a pedir su pensión de siete mil pesos. Guiñapos humanos, bagazos que el trapiche de la injusticia social arrojaba sin piedad hacia la muerte, miraron el avión surcar el firmamento. ¡Oh, Dios!

Santo Domingo, R.D., jueves, 18 de octubre de 2012.

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