Andrés L. Mateo
Leonel Fernández
se cree el sueño mismo de lo grandioso, y para
demostrárnoslo, nos desguañangó.
Entre la gloria y el hechizo de éste ser privilegiado, el déficit fiscal
es el epitafio de la ambición que se erigió a sí mismo.
Doy un dato: tanto en las apreciaciones de Bernardo Vega
publicadas en “La lupa sin trabas”, como en el estudio del economista Jochi
Vicente, preparado para el Consejo Nacional de la Empresa Privada, lo que
ocurrió fue que a partir del 2008 Leonel Fernández usó el Estado como
herramienta electoral, y se desbocó de
manera incontrolable en materia fiscal. Pero al llegar al 2012 la
característica del gasto se aceleró orillando
el suicidio fiscal, y Bernardo
Vega llega a confirmar que “entre enero y agosto los gastos corrientes
crecieron un 34.6% con relación al mismo periodo del 2011”. Mientras que en el estudio de Jochi Vicente se constata
que “La realidad del 2012 fue: Un déficit fuera de todo parámetro y que atenta
contra la estabilidad macro-económica”.
Ese déficit fiscal, situado en el orden de los 187 mil
millones de pesos, tiene un componente enteramente personalista (verificable en
ambos estudios), atribuible a la megalomanía de Leonel Fernández, y a sus
pretensiones de volver al poder en el 2016. Gastó más dinero del presupuesto en
su propia promoción después que Danilo
fue electo, que todo el que invirtió en la campaña.
Le robaba el trueno a Danilo Medina, colocando su deseo
de volver en el 2016 en el centro de una crisis enorme, haciendo uso del dinero público sin importarle la
situación de deterioro que había creado.
Bernardo Vega dice que “Aunque los ingresos fiscales crecieron un 15.4%,
en gran parte por los impuestos pagados por ganancias de capital en la venta de
acciones de la Cervecería, el déficit fue extraordinario”. Y es bueno decir que
en el estudio de Jochi Vicente queda bien claro
“que en el 2007 no hubo déficit, sino un superávit de 2, 889 millones de
pesos.
En el 2006 el déficit había sido de 3,141 millones, en el
2005 de 4,012 y en el 2004 de 6,917 millones de pesos. En el año 2003, cuando
gobernó Hipólito Mejía, pese a la crisis financiera por el fraude de los
bancos, el país no registró déficit, sino un superávit de 5,692 millones de
pesos”. Lo que quiere decir que la crisis es suya, que es la pesadilla
realizada de su gestión.
No hay ningún otro culpable de esta debacle económica.
Leonel Fernandez está convencido de que él es la grandeza sin límite de un
poder, y ha secuestrado a toda una
nación usando el presupuesto público para su gloria personal. Ha enriquecido a
muchos, pero ha dejado en el descalabro al país, particularmente a
la clase media que lo apoyó al principio; con tal de construirse una
plasticidad semi divina echando manos de los recursos públicos.
Es un adicto al poder, y no le importan las consecuencias
de sus actos. ¿Acaso él no sabía lo que iba a causar esa expansión significativa del gasto público? ¿Le era
ajeno el hecho de que el 70% del aumento
del gasto corriente fueran servicios personales y un ritmo de
construcción de obras que ni siquiera podía terminarlas? ¿No era una
irresponsabilidad total propiciar más de doce mil pensiones, gastar miles de
millones en promoción gubernamental, diluir más de cincuenta millones de
dólares en viajes de promoción personal, aumentar las nominillas, permitir la
expansión de la corrupción a poco más del 5% del PIB?
En medio del desastre, treinta y ocho días antes de la
transmisión del poder, armó un viaje a Europa con 27 invitados. Era el colmo de la indolencia. Iba a besarle
la mano al Rey de España, y a otros pariguales. Gastó poco más de tres millones
de dólares, sabiendo que el país se estaba cayendo a pedazos. El mismo día que
se subió al avión, llegaban los cañeros del CEA a las puertas del Palacio, por
quinta vez, a pedir su pensión de siete mil pesos. Guiñapos humanos, bagazos
que el trapiche de la injusticia social arrojaba sin piedad hacia la muerte,
miraron el avión surcar el firmamento. ¡Oh, Dios!
Santo Domingo, R.D., jueves, 18 de octubre de 2012.
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