Rafael Núñez
Cuando en abril del año 1972, la National Aeronautics and Space Administracion (NASA) declaró al mundo que iniciaba una “Nueva Era Espacial”, nunca nos imaginamos que ese paso implicaría uno de los mayores aportes a la revolución tecnológica en el campo de la información y las telecomunicaciones.
Los viajes al espacio tripulados, que tuvieron su gran auge en esa década, fueron transformados en inversiones costosísimas para conquistar la tierra desde el espacio. Se intensificaron los lanzamientos de satélites de comunicaciones nacionales e internacionales, con propósitos educacionales, meteorológicos, de transmisión directa, de observación de los recursos oceánicos, agrícolas, minerales, forestales y de agua.
Cuando Neil Amstrong y sus otros dos compañeros fueron vistos por 700 millones de televidentes y radioescuchas, que seguíamos con atención aquel gran acontecimiento de ver a los primeros hombres en colocar los pies en la luna, aquello pareció ser imposible y no escondo que desde mi edad inmadura sentí miedo.
Con aquel anuncio y la posterior entrada del internet, décadas después, que genera una comunicación que mezcla el texto, imagen y el sonido, el mundo pasó a experimentar cambios espectaculares en el campo de la Información y la Comunicación. Esta revolución digital de la cual somos testigos, no permite que haya distinción entre el mundo de los media, el de la comunicación propiamente dicho y el de la publicidad.
El desarrollo de los medios de comunicación, a partir de la revolución de las tecnologías, facilita que un intercambio de información más fluido, horizontal e interactivo. El público de hoy, distinto al de cuatro décadas atrás, no es un ente pasivo, sino que participa del proceso comunicacional. El reto es que más gente pueda integrarse a ese proceso.
Y en este mundo mediático lo negativo busca su espacio. El morbo, la mezquindad y el sensacionalismo venden más que otros elementos que forman parte de los valores de la sociedad como la honestidad, la humildad, la familia, puntualidad, la responsabilidad, la decencia, la crítica constructiva, la compasión, la paciencia, el servicio, la sencillez y el respeto.
Hay una invasión de anti valores en las versiones de periódicos digitales, que trata de hacer una labor de “información” diaria, sin ningún rigor profesional y ético, influenciados por la desfachatez, la desconsideración y la falta de respeto, copiada de otros. Esa labor “informativa” tiene una sola misión: Difamar e injuriar hasta dañar la reputación de personalidades, no importa su trayectoria o si el aludido tiene familia.
Este asalto a la comunicación de parte de sujetos sin ningún conocimiento de los medios, puede ejercer cierta presión a la prensa tradicional que, en su lucha diaria por conseguir la noticia, se ve tentada a caer simplismo, el morbo y la desconsideración a instituciones y personas. La prensa criolla, por suerte, se sujeta a las normas de siempre de respeto y probidad.
Desde que explota un escándalo de drogas o corrupción, sin que se tome en cuenta la presunción de inocencia, se enciende una maquinaria especuladora y de maquinaciones que llega a la difamación contra personajes de la vida pública del país. Esa estrategia tiene distintos fines, desde políticos, económicos, corporativos, de grupos de presión o sencillamente el móvil de enlodar por enlodar.
En un país donde el porcentaje de iletrados es tan alto, esas campañas encuentran cierto eco y credibilidad. Mientras esperamos por la modernización de toda la legislación en materia de comunicación, la reputación de los hombres y mujeres públicos está a expensa del nuevo agente de la comunicación, el mercenario de la comunicación global.
(El autor es director de Información, Prensa y Publicidad de la presidencia de la Republica)
Santo Domingo, R.D., jueves, 25 de marzo de 2010
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