Luis R. Decamps R.
Luis R. Decamps R. es abogado y profesor universitario Es una verdadera curiosidad que actualmente haya gente manifestando “preocupación”, dibujando “chembitas” y hasta susurrando contra los perredeístas porque éstos, aún sin cronograma convencional definido, hacen aspavientos y hasta se sitúan en zafarrancho de combate con la mira puesta en la selección de su candidato presidencial para las elecciones del año 2012.
En efecto, semejante postura resulta cuando menos extraña a la luz de las enseñanzas de la historia reciente del país, pues en adición al hecho de que los adversarios del PRD están en campaña permanente (y en política lo que es igual no es ventaja, excepto para el que está arriba), los perredeístas no hacen nada nuevo: simplemente dan riendas sueltas a sus instintos militantes y reiteran los perfiles de su personería funcional. ¿Cuál es la sorpresa o la aprehensión? Son los “caballos” del PRD que se quieren “soltar” otra vez, y en su consabido estilo desbocado, teatral y bullicioso.
Por supuesto, todo el que tenga aunque sea un mínimo de conciencia sobre la significación del PRD en la historia de la República Dominicana (la hecha, la que se hace ahora y la que se hará en el mañana) estará conteste en que a esa organización, al tiempo de acabar de soltar las amarras de su militancia, le urge apurar, para galvanizar sus aspiraciones de retorno al poder, una buena dosis de ideología. Pero no de cualquiera, obviamente. La dosis ideológica que el PRD necesita es de aquella que lo “vacune” contra la sospecha de entrega a la plutocracia que hace tiempo cuelga como un sambenito del cuello de su cúpula debido a que ésta luce alejada de los intereses de los sectores populares (base tradicional de apoyo social de ese partido) y aparenta estar casi al margen de las siempre socialmente necesarias “conceptualizaciones” y disquisiciones de filosofía política. Claro, tal consideración parte de la presunción de que a los perredeistas les interesa rescatar por lo menos una parte del electorado que han perdido en los últimos años, más situada a la izquierda y al centro que a la derecha (la alusión al viejo maniqueísmo es adrede, aunque a los nuevos “políticos lights” les parezca truculenta) del espectro político nacional.
No nos confundamos, empero: ese aserto es una cosa y “hacer gárgaras” con el tema de la ideología es otra. Los partidos modernos asumen la ideología como una referencia filosófica (para no perder de vista su naturaleza, sus caracteres y sus metas estratégicas), pero no como una cédula de identidad que haya que portar y mostrar todos los días por doquier. Ya esto último no sólo es un anacronismo sino que deviene ridículo ante las demandas del sentido común. La razón es simple: al fin y al cabo en la política de hoy de lo que se trata es de ganar batallas electorales, y el pueblo, que es el que vota, no está interesado (aunque sea para su propia desventura) en regurgitaciones doctrinarias sino en “soluciones” a sus carencias y aspiraciones inmediatas.
No se habla aquí, valga la aclaración, de abandonar la idea de encender la “lumbre” ideológica en el PRD (al autor de estas líneas, a su edad, no le luciría recular en el tema) sino de insistir más en promover el talento, los escrúpulos de simple conciencia y eso que alguna gente todavía llama “lo políticamente correcto”. Esos tres elementos, casi ausentes en la vida partidarista nacional, pudieran ser en la actualidad mejores acicates para el progreso, la solidaridad y el bienestar general que los interesantísimos puntos de vista de Marx, Maritain, Hayes o Bobbio (con las debidas disculpas por el conato de irreverencia).
En realidad, detrás del Congreso convocado para “afinarse” ideológicamente los grupos del PRD se están posicionando estratégicamente para el combate. Y esto no está mal: tal es la base de la democracia (la interna y la societal). Sólo una salvedad sería necesaria: como todo indica que habrá una lucha “cuerpo a cuerpo” entre el ingeniero Miguel Vargas, el ex presidente Hipólito Mejía, el licenciado Luis Abinader y el doctor Guido Gómez Mazara por la candidatura presidencial, deberá elaborarse una buena política de arbitraje y un sistema de compensaciones que garantice la unidad para la campaña electoral. Todo lo otro, si prescindimos de las pendejadas, termina sobrando.
Y una última cosa: a tono con lo dicho hasta aquí, los grupos de Vargas y Mejía no deberían continuar con la línea de ignorar o desdeñar la renovada presencia pública del licenciado Abinader y el doctor Gómez Mazara, pues aunque el PRD es una entidad de fuertes polarizaciones, estos últimos representan sectores absolutamente indispensables para la victoria electoral del PRD en el 2012. Ojalá y no se olvide cómo Hipólito Mejía orquestó en 2000, al mejor estilo de Ulpiano, su triunfal política unitaria: reconociéndole a cada quien lo que se había ganado como fuerza intrínseca del PRD.
En otras palabras, dejémonos de dramatismos: de lo que se trata actualmente es que en el PRD cada quien está en lo suyo, y eso no sólo es legítimo sino que la temperatura del debate no debe ser motivo de excesiva aprehensión: siempre será más provechosa la controversia caldeada que una insípida lucha de sordos o una gutural batalla de mudos. Nunca, jamás se debe confundir el necesario llamado a la moderación con el toque de corneta del aspaviento: si éste no hace presencia, junto al zafarrancho de combate, entonces no estaríamos en presencia del PRD. Podría ser una caricatura, pero nada más…
Eso es el PRD. Ese es el PRD. Esos son los perredeístas de verdad. Y los otros, por mejores intenciones que tengan, deberían entenderlo de una vez y por todas para que no caigan de… caderas. (El autor es abogado y profesor universitario).
Santo Domingo, R.D., sábado, 16 de octubre de 2010
(Reproducido de Tribuna Dominicana)
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