Yasir Mateo Candelier
Llegó el frío a Madrid y cada día oscurece más temprano. Mientras en julio el sol se marcha alrededor de las 10 de la noche, en octubre el astro rey se acuesta mucho antes de la 19 horas. Y el frío. Hay que calentarse. Y para calentarse hay dos formas: con electricidad o con gas. Creo que la calefacción a
gas es la forma más utilizada en Europa, porque cuando el presidente de Rusia o de Argelia dice: “Les voy a cortar el gas”, todos los gobiernos Europeos tiemblan, y se celebran reuniones, nuevos acuerdos bilaterales... El recibo de gas de mi casa lo pago yo porque me toca a mí. Mi novia se encarga del recibo de la electricidad.
El gas nunca falta, ni la electricidad, pero hay que pagarla. En los seis años que he residido en Madrid, una sola vez cortaron el suministro de electricidad durante una hora para hacer una reparación. Recuerdo que venía con un amigo dominicano, y al este notar la oscuridad reinante en la calle donde vivo, decidió irse para su casa, porque según él, la falta de electricidad le parecía mucho a Santo Domingo.
Un día, antes de irme a dormir, le comento a mi novia que el último que se acueste debería comprobar que la caldera de gas está apagada porque durante la noche no se usa agua caliente, ya que tanto ella, nuestra compañera de piso –una chica hindú que se pierde en la ciudad a cada momento porque no sabe hablar castellano- y yo estamos durmiendo y no hay necesidad de que la caldera esté encendida.
Mi novia responde que soy un tacaño y que la caldera debería estar encendida a toda hora para que siempre haya agua caliente en casa sin necesidad de encender la caldera. Muy bien.
Inmediatamente empiezo a autocriticarme: Tacaño viene de la palabra italiana taccagno, y suena igual que en castellano porque la combinación gn suena como la eñe. Algunos sinónimos de esta palabra son: Miserable, ruin, mezquino, avaro; ¿en realidad soy un tacaño, un miserable? A los diez minutos despejé esa duda porque a mi modo de ver, no hay razón para que esté encendido algo que no se esté utilizando, bien sea el gas, los equipos que se alimentan de electricidad...
Transcurre una semana y me recortan aún más la jornada de trabajo, de acuerdo con mi empleadora, debido a que no sé tratar a los clientes. Yo le contesté que no eran mis clientes, sino alumnos universitarios. Y ella me hizo saber que eso era antes, que ahora los estudiantes universitarios son clientes y que debo cambiar mi perspectiva. En la educación privada hay muchas cosas que no me cuadran: ley de oferta y demanda, descuentos, satisfacción del cliente. Pero ese es otro tema. La suerte que tengo es que mi empleadora me tiene confianza y me ha prometido otro horario con otros “clientes”. Descorazonado, fui a casa y le conté a mi novia que ese mes debíamos compartir el pago del recibo de gas por los motivos descritos, a menos que se materializara la promesa de mi empleadora.
Como la pobre chica no sabe español, mi novia aprovechó la oportunidad para decirle un par de malas palabras y me pidió tradujese a la india que había que apagar la caldera todas las noches.
-¿Qué le pasa a tu novia?- me preguntó Zoha, sorprendida.
-Un cambio de perspectiva- respondí lacónico, para luego reírme de lo lindo.
Madrid, España, sábado, 16 de octubre de 2010
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