Susi Pola
Desde hace algún tiempo, sentimos preocupación por los escenarios de la violencia contra las mujeres, ampliados y profundizados, más allá de sus cuerpos, en sus hijos e hijas, en su entorno familiar y en quienes las apoyan, una inquietud válida por la complejidad de estas violencias.
El 23 de abril de 2002, en nuestro artículo “Feminicidas a sueldo”, contábamos la situación de una joven madre dominicana, entonces residente por más de diez años en N. York, protegida por la Policía de esa ciudad para venir en secreto a Santiago, escapando del compañero y padre de sus hijos, procesado más de una vez en la justicia por maltrato.
Las amenazas del agresor: “...Te mato a ti y a los niños y me mato...Te voy a dejar lisiada para que te cojan asco y nadie te haga “coro”...Aunque te vayas, adonde sea, encuentro quien te mate...Vayas donde vayas, te alcanzo”, determinaron que la joven viniera a “esconderse” a Santiago, donde su familia. Las amenazas se materializaron en la puerta de la casa de su madre, desde un carro en marcha, por un individuo que le disparó a las piernas y se dio a la fuga. Como resultado, hubo una intervención quirúrgica, las dos piernas enyesadas, dolor, impotencia y miedo de las consecuencias. En aquel proceso, se comprobó que el victimario había pagado para “mutilarla”.
La semana pasada, personas desconocidas arremetieron contra el Patronato de Ayuda a Casos de Mujeres Maltratadas (PACAM), vandalizando sus instalaciones y sustrayendo un expediente preciso, en una acción antecedida por amenazas telefónicas, presencia de un vehículo sospechoso en sus alrededores y hasta el robo en casa de una de sus directivas, en horas de la noche. El PACAM, apoya a mujeres sobrevivientes de violencia con terapias y seguimientos de procesos en la justicia.
Agregamos el atentado en junio pasado contra la vida del abogado de Miguelina Llaverías, Jordi Veras, con la participación de sicarios pagados para matarlo, realidades que aventajan nuestros propios instrumentos jurídicos, trayendo delitos de nueva hechura al imaginario dominicano.
Con las mujeres, la violencia se incrementa en calidad y cantidad por el contenido cultural misógino de los sicarios y la carencia total de ética, de estos “negociantes” del crimen, a quienes les importa poco la realidad de sus víctimas para realizar “su trabajo”. Esta realidad, extiende las alianzas corporativas y machistas, al entorno del sistema de atención a las víctimas, comprendidas las personas que postulan ante la justicia, quienes les dan terapia, quienes públicamente se manifiestan a su favor y a toda la red de apoyo de las víctimas.
Mientras la urgencia de enfrentar se establece, las personas que postulan y apoyan procesos de recuperación, emocional, física y/o legal, necesitan protección y mucha prudencia.
Santo Domingo, R.D., martes, 30 de noviembre de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario