martes, 9 de noviembre de 2010

El talón de Aquiles del PRD



Tony Raful

La división o falta de suficiente sentido de la unidad política ha sido la causa eficiente de los fiascos electorales y de los fracasos parciales de la llamada toma del poder.

Siendo una organización con un bello historial de luchas democráticas y bastión de la institucionalidad, no ha podido compactar sus fuerzas sociales e históricas para definir un programa, objetivos y estrategia.

El modelo democrático de gobierno de 1963 presidido por el profesor Juan Bosch, fue defenestrado, entre otras razones, gracias a la profunda división presentada entre el partido y el gobierno. Mientras la oposición golpista desencadenó un movimiento conspirativo sustentado en las movilizaciones de los mal llamados “mítines de reafirmación cristiana”, el gobierno lució indefenso, el PRD no salió a las calles a movilizar sus partidarios contra la conjura; un partido acuartelado, donde su presidente, don Ángel Miolán no era recibido por su líder, el Presidente de la República. La madrugada del 25 de septiembre de 1963 sólo un grupo de oficiales, comandados por el teniente coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, estuvo dispuesto a defender la constitucionalidad y los valores democráticos que representaban Juan Bosch y la Constitución del 29 de abril de ese año.

El gobierno del presidente Antonio Guzmán, transición democrática de Estado, sufrió las consecuencias de las escisiones y ambiciones de grupos y tendencias, hasta tal grado, que la muerte del Presidente no fue ajena a las confrontaciones y diferencias ahondadas en las luchas internas.

El gobierno del presidente Salvador Jorge Blanco, fue embestido con fiereza por perredeístas, cuya hostilidad superaba en algunas ocasiones las propias críticas de la oposición, contribuyendo a debilitar la base de sustentación del voto popular y permitiendo la rehabilitación política del presidente Balaguer. Estas diferencias internas llevaron por un lado a un sector a considerar preferiblemente un pacto con el doctor Balaguer, mientras parte del sector oficialista, cortejaba a su adversario, pensando ingenuamente que garantizaba la no persecución y no procesamiento judicial de sus funcionarios.

Ambos bandos perredeístas pavimentaron la “victoria” de su opositor ideológico y político, restando capacidad de maniobra a los miembros suplentes de la Junta Central Electoral, ante el recusamiento de sus titulares, y, por otro lado, precipitándose a reconocer una derrota que no fue tal, de unas elecciones cuyos votos nunca fueron finalmente contados. Esfuerzos gigantescos del líder del PRD, José Francisco Peña Gómez, permitieron que el PRD se reunificara bajo la batuta de su liderazgo único y centralizado, disputando el poder y venciendo, en jornadas inolvidables donde se mostraron las llagas podridas del sistema electoral dominicano.

Pero la fatalidad de la muerte del líder de la organización, una fuerza telúrica social irrepetible en la historia dominicana, accionó el resurgimiento de los grupos, tendencias y ambiciones que minaron el gobierno del presidente Hipólito Mejía, impulsando su repostulación, tal y como lo ha admitido Mejía, conllevando un error histórico que no debe repetirse jamás, y volviendo a reeditar la historia de 1986, logrando la reinserción de un liderazgo que pareció disminuirse lo suficiente, tanto en las elecciones generales del año dos mil como en los comicios congresuales y municipales del año dos mil dos.

No hay enemigos pequeños, y cualquier expresión minoritaria tiene suficiente fuerza como para impedir la victoria del Partido Revolucionario Dominicano, no porque posea poder de decisión electoral, sino porque está comprobado históricamente, que los electores dominicanos no votan por partidos divididos o que presenten fisuras o agrietamiento en su liderazgo. Las líneas de diferenciación electoral son débiles y se han debilitado aún más con la igualación de los partidos, con la práctica gubernamental, y con la inconsecuencia en el poder del cumplimiento de sus promesas y ofertas sociales de reformas, cambios y revolución democrática.

Quiero llamar la atención, que la división es el talón de Aquiles del PRD, y que debemos unir todas nuestras fuerzas en un solo torrente, dirigir nuestras críticas hacia un solo objetivo, compactar, galvanizar.

Hay que desoír las voces de los oportunistas que atizan resentimientos y procuran escalar posiciones que no han ganado en las jornadas de lucha popular, rodeando a líderes o dirigentes, sin tener vínculos con la sensibilidad social ni con los sectores mayoritarios de la sociedad. La globalización ha traído como contrapartida de sus beneficios evidentes, un culto dionisíaco al placer y a la ostentación, a través del rico Estado dominicano, quebrado, endeudado, exhausto, subvencionado, potencialmente en proceso de desintegración, pero ansiado y deseado por unos y otros, extrañamente.

El talón de Aquiles de la división debe ser superado, desde ahora, si pretendemos dirigir nuevamente al Gobierno dominicano.

Santo Domingo, R.D., martes, 09 de noviembre de 2010


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