jueves, 25 de noviembre de 2010

Penúltima carta a Freddy Beras

Dominicaneando // 

José Miguel Soto Jiménez

Esta es amigo la carta que no quería escribirte. La que nunca leerás, ni me referirás con tus agudos comentarios, y aunque te debo otra, como agradecimiento a mi mejor lector, son estas las líneas de la emoción. La siguiente vendrá después, cuando tu partida comience a envejecer en la memoria, como una “extremaunción” de la palabra.

Entonces Freddy, resulta que la muerte te cortó la voz, cuando parecía que lo habías dicho todo, justo a la orilla recorrida de todos los caminos, se te acabó la ruta abruptamente.

“Tamaña vaina” la de tu despedida. Desperdicio de talento y gracia. Al compartir contigo la oquedad de esa ultima carcajada que no cesa, parece que termina y comienza la misma “pendejada” indiscutible.

Tremenda “fuñenda”, la de la evocación. Las cosas son así de incomprensibles, de ser referente muerto, te conviertes en referente vivo, echándonos la “vaina” de agonizar contigo, sudar tu muerte ajena, como si nos muriéramos también en el momento.

“La muerte es la última razón de todo”. Tú lo sabías entre sonrisas. La penúltima esquina de la fe. La ingenua pregunta del ¿por qué te fuiste?

No funcionan las disculpas. Vanas las dispensas ante el oído sordo. Reclamo inútil: La muerte parece que mordió hambrienta la fruta equivocada, aunque para quedarte, tenías que irte.

Es solo apariencia amigo, trucos de cámara, la expectativa del mutis recién nacido, nos llena de fantasmas la alegría, y nos puebla la ilusión de ángeles caídos. Tu deceso es nuevo como una flor temprana, y hay que pensar en ti al borde de tu ausencia.

La muerte entonces, se atragantó golosa con la memoria de todas tus palabras, dejando un hueco sordo imposible de llenar.

No obstante, amigo, ya lo dijo el poeta, “la muerte es como un cristal en donde se desnuda el silencio”, una larga labor de parto abstracto que no acaba, inclusive para ti, que te mereces el descanso, tras tanto trajinar y sudar la calamidad de los otros, como si fuera tuya.

Toda emoción desfalleciente, pena sin llanto, articulación ciega del dolor, concluida ahí, justo al alcance de la mano desarticulada para siempre.

El timbre “desconchinflado”, la guitarra muda, la pluma inerte, el micrófono callado, la imagen suspendida de la última toma. Cuando se apagaron para ti las luces del set. Todo para tan solo comenzar a existir en el recuerdo.

Dejar de ser es tarea agobiante, ilusoria cuestión incomprensible, dilema corrompido, que descompone ilusorio y vano, cualquier pretensión de lógica posible. Carajo, como si tan sólo fuera perderse uno para siempre en el crepúsculo.

Porque morirse será siempre absurdo, y más para ti que creías en la vida que no acaba. La muerte, negación inconclusa, siempre será como “degollar la sombra de un cordero”.

Tirar la piedra que nunca caerá. Izar una bandera de niebla hasta el tope del silencio. La última oración. La canción desprevenida que se oye como el adiós postrero. Las cosas que hiciste por última vez sin sospechar el final ineludible.

El poema roto. La idea furtiva en la trampa de la emoción destemplada. Las lágrimas heladas en la pupila vidriosa. Lo que te daba gusto y disgusto. 

Todo aquello de perseguir con el suspiro postrero las quimeras. Cuando te asomas a un balcón cerrado, o te guareces con el paraguas del silencio de una lluvia impertinente de sombras inmutables.

Que no haya tregua Freddy. El asunto ineludible, es que no estás aquí. El dolor agudo del egoísmo de saber que no estarás para nosotros. La cuestión de parar de hacer lo que hacías: cerrar la puerta sin querer, mirar por última vez la luz por la ventana, recostar los sentidos sobre la brisa ocasional de la montaña. Navegar en la cama de hospital, como un barco que zarpa lentamente hacia los mares del mutismo.

Eso es, tan solo eso quería decirte, repetirte las demandas de la Patria indispensable. Recordar en ti tu voz gruesa de profeta iracundo, ante las vagamunderías insufribles. El último sueño inmemorial que recordaste.

Lo que callaste sin querer, la tristeza alcojolada en el enojo. Los descendientes, los nietos, los parientes, la amante esposa, predestinada a llevar tu aroma para siempre en la promesa de los hijos.

Lo que no fue, lo que pudo haber sido, lo que irremediablemente se quedó sin hacer. La idea luminosa truncada en el momento donde terminaron para ti los pormenores. La convicción en el viaje sin retorno, de que solo los que no se han ido, esos no volverán.

Santo Domingo, R.D., jueves, 25 de noviembre de 2010



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