sábado, 26 de marzo de 2011

Me apenan los Incondicionales

VOCES Y ECOS
RAFAEL PERALTA ROMERO

Los incondicionales  andan enfermos y no lo saben,  la personalidad se les despedaza en la calle, pero ellos ni se enteran. Padecen una atrofia de la voluntad,  la cual presenta como síntomas más palpables la incapacidad de estos especímenes para crear  o para decidir, pues los incondicionales dependen de otro sujeto, que es para ellos un ser superior.

 Parece una contradicción, pero el individualismo, esa búsqueda  de soluciones particulares al margen de los demás, los impulsa  al gregarismo. Del  sujeto gregario se dice  que sigue ciegamente las ideas e iniciativas ajenas, y tiende a agruparse.  En el grupo, el incondicional sigue los trazados  del  otro que piensa por él.

 La incondicionalidad conlleva  ausencia de pensamiento propio, pues los incondicionales estiman a su líder o jefe  como un Absoluto, que representa lo independiente, lo perfecto,  cuyas acciones y decisiones  no están  sujetas  a discusión. De sus conceptualizaciones depende el accionar de los demás.

No obstante la baldadura espiritual que los corroe, y su carencia de voluntad propia,  los incondicionales pueden  asumir acciones horrorosas con tal de complacer al Condicionante, a quien  tributan  sumisión  por ser éste quien  conceptualiza y determina todo. Por eso en la política son tan peligrosos.

 Sus esfuerzos  más inteligentes van  orientados a propalar   ideas, que si bien son propias, sólo sirven  para resaltar su condición. Ejemplos perfectos de incondicionalidad son: Horacio o que entre el mar, La Virgen  de la Altagracia con chiva (barba), Dios y Trujillo, Lo que diga Balaguer, Haremos lo que el Presidente quiera  o Si Leonel no va… 

 Incurren en situaciones imprudentes a fin de agradar al Condicionante. Y lo hacen desde el escenario en que se desempeñen, ya sea un medio de comunicación, el Congreso Nacional o  un partido político, donde  retuercen argumentos  para justificar que su jefe haya perdido una batalla, como una elección, por ejemplo.

 Los incondicionales me hacen recordar el poema de Julio Sesto: “Cómo me dan pena las abandonadas”. Y parafrasear: cómo me dan pena los incondicionales, ellos se arrastran tras un objetivo personal, a veces  de sobrevivencia,   y profesan una fidelidad de la que se burla su señor. Me refiero al Incondicionado, quien condiciona a los demás y se  estima muy por encima de ellos  y de todos.

 El daño mayor de los incondicionales es, tal vez, su disposición para endiosar  al sujeto Condicionante, lo cual  lleva a ciertos  individuos a colocarse por encima de la Ley, de la Ética y  de  todo.  Eso siempre  ha sido  pernicioso y atemorizador.

Santo Domingo, R.D., sabado, 26 de marzo de 2011.

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