RAFAEL PERALTA ROMERO
Los incondicionales andan enfermos y no lo saben, la personalidad se les despedaza en la calle, pero ellos ni se enteran. Padecen una atrofia de la voluntad, la cual presenta como síntomas más palpables la incapacidad de estos especímenes para crear o para decidir, pues los incondicionales dependen de otro sujeto, que es para ellos un ser superior.
Parece una contradicción, pero el individualismo, esa búsqueda de soluciones particulares al margen de los demás, los impulsa al gregarismo. Del sujeto gregario se dice que sigue ciegamente las ideas e iniciativas ajenas, y tiende a agruparse. En el grupo, el incondicional sigue los trazados del otro que piensa por él.
La incondicionalidad conlleva ausencia de pensamiento propio, pues los incondicionales estiman a su líder o jefe como un Absoluto, que representa lo independiente, lo perfecto, cuyas acciones y decisiones no están sujetas a discusión. De sus conceptualizaciones depende el accionar de los demás.
No obstante la baldadura espiritual que los corroe, y su carencia de voluntad propia, los incondicionales pueden asumir acciones horrorosas con tal de complacer al Condicionante, a quien tributan sumisión por ser éste quien conceptualiza y determina todo. Por eso en la política son tan peligrosos.
Sus esfuerzos más inteligentes van orientados a propalar ideas, que si bien son propias, sólo sirven para resaltar su condición. Ejemplos perfectos de incondicionalidad son: Horacio o que entre el mar, La Virgen de la Altagracia con chiva (barba), Dios y Trujillo, Lo que diga Balaguer, Haremos lo que el Presidente quiera o Si Leonel no va…
Incurren en situaciones imprudentes a fin de agradar al Condicionante. Y lo hacen desde el escenario en que se desempeñen, ya sea un medio de comunicación, el Congreso Nacional o un partido político, donde retuercen argumentos para justificar que su jefe haya perdido una batalla, como una elección, por ejemplo.
Los incondicionales me hacen recordar el poema de Julio Sesto: “Cómo me dan pena las abandonadas”. Y parafrasear: cómo me dan pena los incondicionales, ellos se arrastran tras un objetivo personal, a veces de sobrevivencia, y profesan una fidelidad de la que se burla su señor. Me refiero al Incondicionado, quien condiciona a los demás y se estima muy por encima de ellos y de todos.
El daño mayor de los incondicionales es, tal vez, su disposición para endiosar al sujeto Condicionante, lo cual lleva a ciertos individuos a colocarse por encima de la Ley, de la Ética y de todo. Eso siempre ha sido pernicioso y atemorizador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario