jueves, 7 de abril de 2011

Déjeme que le cuente...

ISLARIO//
ADRIÁN JAVIER

La novia de David.- La consentían en todos los lugares donde era identificada. Le abrían la puerta. Le alentaban a dibujar estrellitas amarillas en las blusas de las niñas confinadas en el corral del traspatio. Le permitían un turno privilegiado en los acalorados y fortificados vagones de transporte colectivo, y hasta en la hora más esperada, se le privilegio al ser llevada -la primera-, hasta el frente nazi donde le esperaba –ansioso-, un amable y solícito batallón de fusilamientos.

Historia de Graham.- Sonó el teléfono, y sin levantarlo, maldijo con todas sus fuerzas la hora de nacimiento de quien había llamado equivocado.

Historia del joven Hitchcock.- Ayer la vio ensimismada; pensándolo. Sonrió satisfecho y anudó su corbata roja favorita. Ella lo vio prepararse para partir, complacida. Presto como siempre al disfrute de una mañana fresca y con poco tránsito. Se despidieron en la parte frontal de la casa; recordando con mimos repetidos el amor de hace diecisiete años. Hoy él, aún no se explica el por qué -recorridas sólo tres cuadras-, dio vuelta al auto; tocó el timbre de la puerta y la mató.

Figo.- A la mañana siguiente, Figo contestó que sí, que al momento del asesinato el se encontraba frente a la ventana contemplando la luna. Había llovido levemente y todo correspondía –según su instinto-, a la macabra intención de hacerlo desaparecer. Al menos eso parecía. Cada habitante de la casa había partido sin cenar, y sin darle ninguna caricia, recuerda. Un frío de luna nueva le rondaba el alma, por eso, cree, sólo atinó a la acción de encaramarse con un solo salto, a la bandeja plateada de la cocina y ver, casi sin querer, como el otro creativo hacia desaparecer al escriba. No pudo emitir ningún maullido, pero quiso, lo jura. Aunque sospecha que todo se debió a que en el mundo de los hombres no se estila un felpudo con corazón líquido y ojos cansados, ni que sea testigo de excepción del derribo inclemente de quien más ama. “Los dioses nada sabemos de poetas, a pesar de que nos acosen sus ánimas”, dijo a sus adentros.

Historia de Draga.- Al amanecer la vio mirarse reflejada en el río. Borró la imagen con uno de sus gestos, y a toda velocidad emprendió la huida hacia el punto más alto de la estepa. El no lo entendió hasta que notó cercano al lecho de hojas una nota de Draga; su bienamada sicofanta: “Perdóname amor, lo he intentado de veras, pero no puedo. Tu ardor me hace sangrar. Tengo que irme. No me busques. No pidas que me quede, ni digas que no puedes vivir sin mí”. Desde ese día, Drago no hace más que amenazar con fueguitos sin propósito el horizonte mudo.

Santo Domingo, R.D., jueves, 07 de abril de 2011.

http://www.presenciadigitalrd.blogspot.com/opinion/2011/04/07/Dejeme-que-le-cuente

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