domingo, 22 de enero de 2012

Con preocuparnos no hacemos nada

 
Elsa Pena Nadal

Además de todos los males y de las zozobras diarias a que se ve sometida la mayoría de los dominicanos; ahora enfrenta la ciudadanía el temor de un posible terremoto, tras la reciente ocurrencia de varios temblores de tierra; temor agudizado, primero, porque no se siente respaldada por autoridades responsables y competentes que, con la debida sensibilidad que exige el momento, salgan a dar la cara para tranquilizarles demostrando que están en control y conscientes de sus responsabilidades; y segundo, porque hay unos vividores y desaprensivos alarmando a un sector de la población que, por su nivel de ignorancia, ante  situaciones como ésta, es mas proclive a dejarse arrastrar por el miedo y la desesperación.

Por Internet me envió un amigo un correo donde aparecen dos volantes: uno impreso y otro escrito a mano, supuestamente de la autoría de un tal Tony Pimentel, a quien al parecer, el Aladino de su lamparita le dijo que se hundirían varias ciudades del país, incluyendo los centros turísticos de Bávaro y Punta Cana, así como también la Basílica de Higüey, y “todos los lugares de corrupción e idolatría”, a causa de la ocurrencia de dos terremotos; uno de “5 y algo” y otro de 12.5, así como un maremoto. Pimentel terminaba diciéndole a la gente: “Tu no pierdes nada con hacer lo que te pedimos: escapa por tu vida”.

Casi al mismo tiempo, recibí otro correo con la información de que, tras los temblores, en el Este del país, un pastor y muchos de sus feligreses, corrieron despavoridos y permanecen  acampando en lo más alto de una loma.  ¿Debo deducir que ese pastor es el tal Pimentel?  ¿Quiere él decirnos que para escapar de la “ira divina” basta conque uno busque un sitio alto y se refugie? (Nota a las autoridades del Este: ¡Cuidado, que esas personas no son guerrilleras! y, por otro lado, ¡Ojo con las pertenencias que dejaron abandonadas!)

Fuera de toda broma, es comprensible y hasta lógico que en este caso de los repetidos temblores de tierra que han ocurrido en el país, y con la traumática experiencia que tenemos de lo sucedido en Haití hace apenas dos años, alguien pueda atemorizarse aún sin ser ignorante, pues sabemos que es real la amenaza de terremoto dadas las condiciones geomorfológicas y geofísicas de nuestro subsuelo; pero en estas circunstancias, la actitud ha de ser, ante todo,  la de guardar la calma e informarse debidamente, procediendo a educar a los suyos sobre las medidas de prevención y seguridad, recomendadas para estos casos.

Además,  la ciudadanía debe convertir la preocupación en acción y exigirle a las autoridades “competentes”,  que de una vez por todas les informen si realmente están conscientes del papel que deben asumir, tanto en los actuales momentos como  también  en el supuesto caso de la ocurrencia de una catástrofe. La población quiere saber cuales son las instituciones del Estado que deben trabajar en coordinación y si ya se han reunido para actuar de inmediato; cual es el personal capacitado con que cuentan para ello; cual el plan de contingencia que han elaborado; cuales y donde están los equipos de rescate; y si no los tienen, ¿cuando piensan proceder a su adquisición?

Esto es lo que deben los periodistas preguntarles en estos momentos a todos los funcionarios cuyas fuentes ellos cubren; empezando con el presidente de la Republica, tan solidario con Haití y con tanta experiencia acerca de lo que   posteriormente ha estado ocurriendo en ese país vecino;  porque este es un tema que preocupa a toda la sociedad  e involucra la responsabilidad de todos los funcionarios del Estado.

Ya sabemos que quedan incomunicadas las poblaciones por el desborde de los ríos; por la rotura de puentes y carreteras; que se interrumpen los servicios de telefonía, de agua, gas y electricidad; que hay que emprender de inmediato tareas de rescate de victimas y posibles sobrevivientes bajo los escombros de las edificaciones; envío de alimentos, personal medico, ambulancias, helicópteros; prevención de epidemias y un largo etc. etc. etc.

Y para todo ello, ¿que esta previsto? ¿Con que recursos contamos?

No debemos permanecer ni indiferentes ni asustados, para luego lamentarnos y empezar a  repartir responsabilidades. Todos debemos involucrarnos desde ahora; educando a la familia; exigiendo al gobierno y a los empresarios, planes de prevención en locales públicos y privados; reforzando las estructuras que así lo requieran y desempolvando y comenzando a  implementar todas las recomendaciones que, durante décadas, vienen haciendo nuestros expertos en este tipo de sismos, sin que se les haya hecho el menor de los casos.

El gobierno bien  podría aprovechar la experiencia de los japoneses, que han demostrado ser muy solidarios con nuestro país, para solicitarles asistencia técnica y capacitación de personal en prevención y  rescate de victimas; y hasta en la adquisición de maquinarias y otros equipos de rescate. Esto se hace a discreción sin alarmar a la población, pero se hace. Mientras, empecemos por las escuelas, hospitales y oficinas públicas, a capacitar al personal para que sepa como actuar durante la ocurrencia de un temblor y con posterioridad a éste. El involucramiento de las autoridades contribuiría  a darle seguridad a una población que hasta ahora solo oye decir  que “el país no esta preparado para enfrentar la ocurrencia de estos fenómenos”.

Pero mientras, como ya  hemos visto, algunos religiosos sacan provecho de ellos y de la intranquilidad que acarrean, asociándolos  con la idea de un Dios castigador y con la llegada del fin del mundo, para meterles miedo a la gente, con la finalidad de llenar las bancas y las arcas de sus iglesias, sin tener que esforzarse mucho en explicarles el Evangelio ni y en dar ellos mismos, con su accionar, el ejemplo de lo que predican.  Y hasta algunos funcionarios y políticos se frotan las manos de alegría al ver desviada la atención pública de los reales males que a diario aquejan a la población, los que vienen siendo, desde hace muchos años, más devastadores que cualquier fenómeno natural.

Ahora están ausentes, huidizos e indiferentes, pero que no quiera Dios por Su gran misericordia, que algo grave como esto nos suceda: ahí se activan de inmediato en la “gran tarea humanitaria” de solicitar ayuda internacional para proceder a desviarla por caminos oscuros y/o, a favor de sus propósitos políticos electoreros. ¿Se habrán puesto a pensar que ellos, aun siendo minoría, tienen más que perder que nosotros, que somos la gran mayoría?

“La hora es la que mata” y “nadie se muere en la víspera”, dicen los más viejos para inducirnos a no desesperarnos. Y  en cuanto al fin del mundo, recordemos a Jesús cuando dijo, a una pregunta de los apóstoles acerca de la fecha de su ocurrencia: “Pero el día y la hora nadie sabe, ni aún los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre”. (Mateo 24:36)

En éste, como en los demás problemas sociales que nos ocupan en Dominicana, lo que debemos hacer es no preocuparnos, pero sí, empoderarnos.

Santo Domingo, R.D., domingo, 22 de enero de 2012.

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