Leonel Fernández se afana más en hacerse de una imagen global que en los esenciales asuntos del país. Prodiga donaciones y diligencias, intrascendentes para nosotros, jugando a la repartición de ayudas, como corresponde apenas a los grandes, a saber, Estados Unidos, Canadá, Francia, Reino Unido y Alemania.
Estamos fuera de competencia en esa liga, pero participamos en ella únicamente para que el nombre del Presidente dominicano quede grabado en una placa de bronce en una obra donada al pueblo haitiano, a un costo de 30 millones de dólares, recursos que nos hacen mucha falta para reparar escuelas, acueductos, caminos y hospitales deteriorados. Como respuesta, recibimos el agravio del gobierno haitiano, borrando de su auditorio el nombre e imagen de Bosch.
Que la ONU, la OEA y, acaso, el Nobel de la Paz, se le hayan metido entre ceja y ceja le está costando millones de dólares al Estado dominicano. La absurda propuesta contrala especulación financiera se inscribe en ese proyecto.
Durante estos años ha debido “negociar”, zigzagueante entre Estados Unidos, Venezuela y Honduras. Pero todo parece indicar que le han cogido la seña. Por lo menos, a uno de ellos no le ha hecho mucha gracia el ser parte de estos tejemanejes. Una estratagema que se le antojaba infalible tornada en ineficaz para la dignidad e imagen del país. En este esfuerzo, acomoda su discurso al conservadurismo norteamericano, en tanto se vuelve liberar –y hasta radical- frente a Chávez. Por lo visto, el mandatario venezolano no ha estado muy dispuesto últimamente a encontrarse con su colega dominicano.
Curados de espantos, no nos asombraría leer en el New York Time o El País, de España, unos que otros comentarios colocando a nuestro mandatario por encima de la Cruz Roja, UNICEF u otros organismos de ayuda. Sus donaciones y discursos dan la impresión de que estamos boyantes, como si aquí todo el mundo comiera bien, no hubiera niños y ancianos mendigando en las calles, todo el mundo tuviera empleo y su salud asegurada. “Todo en nombre de sus deseos de grandeza y de glorias”, expresarían, más bien, cuando se enteren de nuestra realidad.
Todo esto nos conduce a releer el extenso estudio Henry Wesseling, titulado Divide y vencerás, acerca la repartición de África, en el siglo XIX, por parte de Inglaterra, Alemania y Francia. Resaltando las intromisiones del rey belga Leopoldo II, en tan alta competición, Henry Wesseling señala: “Hasta los camaleones tenían motivos para envidiarlo […] Ni siquiera un marxista educado por jesuitas hubiera podido con tanto ingenio dialéctico”. El inusitado protagonismo del monarca belga por labrarse una imagen internacional, lo situó en el centro del debate mundial, apenas por su interviniendo en asuntos fuera de su alcance, detalle que resaltaron los medios de la época.
Santo Domingo, R.D., martes, 17 de enero de 2012.
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