Luis Pérez Casanova
Como cabía esperar, el discurso de juramentación de Danilo Medina ha tenido la mejor de las acogidas. Todos lo han valorado como una pieza esperanzadora, aunque, a decir verdad, no pasara de una mera declaración de intenciones. Pese a la solemnidad de su compromiso de realizar un gobierno ético y eficiente, lo más factible es dar tiempo al tiempo, pues se sabe que no es con declaraciones que se va a “corregir lo que está mal, continuar lo que está bien y hacer lo que nunca se ha hecho”. Nada le impide, como no sea falta de voluntad, ser implacable con los deshonestos, los oportunistas y los soberbios, así como garantizar la transparencia, elevar la calidad del gasto público y avanzar firmemente hacia una gestión pública austera, cada vez más profesional.
Basta recordar que al retornar al poder en 2004, el saliente presidente Leonel Fernández proclamó que desde ese instante se iniciaba un período de austeridad, que perseguía una reducción de un 20 por ciento en los gastos del Estado y la supresión de los cargos públicos en exceso, cuya creación atribuyó a la corrosiva práctica del clientelismo o bien a las duplicaciones de funciones dentro del aparato burocrático. Y señaló que había que eliminar aquellos cargos de subsecretarios de Estado no contemplados en la ley orgánica de la Secretaría de Estado correspondiente. También dijo que como deseaba actuar siempre de forma clara y sin ningún enredo, que nadie le susurrara en privado lo que no estaba en capacidad de decirle en público. ¿Y qué pasó? Leonel será Leonel y Danilo, Danilo, pero esa es la historia.
Danilo Medina (16 de agosto de 2012) / Escucha, Leonel Fernandez.
La referencia es simplemente para recalcar que la gestión que se acaba de iniciar no será evaluada por su declaración de intenciones, sino por lo que haga. La intolerancia que proclamó frente a la deshonestidad o el despilfarro no puede quedarse como un recurso retórico para motivar a una población escéptica y, lo que es peor, que considera el oportunismo y el tráfico de influencias como vías más expeditas para prosperar que la formación profesional.
Los nombramientos de una mayoría de funcionarios de la Administración de Fernández no cuestionan su discurso ni sus intenciones. Después de todo, Medina no representaba a la sociedad civil, sino al Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Había que ser muy iluso si se esperaba que designaría figuras como Hamlet Hermann, Eduardo Estrella, Guillermo Moreno, Max Puig, Julián Serulle o Milagros Ortiz Bosch como parte de un Gobierno de Unidad Nacional. Tenía que nombrar peledeístas y los aliados que hicieron posible su victoria. Será digno de la memoria de Juan Bosch por lo que haga para “construir un país más moderno, libre, justo e independiente, con democracia plena y con instituciones sólidas”.
Santo Domingo, R.D., lunes, 20 de agosto de 2012.
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