Rosario Espinal
De nuevo ha llegado la Feria del Libro, y como en años anteriores, aprovecho para desempolvar algunos de los míos. De vez en cuando hurgo en ellos con la esperanza de encontrar pistas que iluminen para comprender lo que sucede.
Al repasar estantes, me encuentro con historias similares, unas en versión literaria, otras de las ciencias sociales: la corrupción que irrita, el narco que alarma, la cotidianidad del desencanto, la delincuencia juvenil, y ahora, como novedad, la tierra que se estremece.
En otras ferias conté la trama de diez libros. Ahora me aventuro a seguir mis recuentos de otros cinco, quizás con el único propósito de mostrar que todo se ha dicho, que los problemas dominicanos son repetitivos, y de poco ha servido señalarlos y remacharlos.
El onceavo se trata de dos partidos políticos que se acusaban mutuamente de más corrupto. En las elecciones, sus militantes se agitaban como una banda de sandios, y los dirigentes, encaramados en tarimas y vehículos, aparecían frenéticos. No satisfechos con el caravaneo, rellenaron las calles de fotos en las que, ni el retocador digital, logró esconder la hipocresía.
El pueblo era tan pobre y estaba tan deseoso de progreso, que en cada campaña muchos se enrolaban con el sueño de conseguir un regalito, un empleo, o mejor aún, una botella, o quizás la oportunidad de ejecutar un gran robo de recursos públicos. A eso le llamaban la democracia del trópico.
El doceavo es una trama de la mafia del narco. Algunos capos estaban presos, otros se fugaban, unos mataban, otros mandaban a matar, y a otros los mataban.
Los enfrentamientos producían escenas espectaculares. Un tiroteo parecía un espectáculo de fuegos artificiales, sobre todo, si se producía en el mes de diciembre ya entrada la noche. ¿Venganza? ¿Exterminación? Nunca quedaba claro, y las averiguaciones se prolongaban hasta que la gente se olvidaba.
Se hacían ofertas millonarias de recompensas por capturas, pero nadie, absolutamente nadie, capturaba. Así quedaba listo el terreno para el próximo episodio que involucraría otras grandes figuras que nunca serían apresadas ni enjuiciadas.
El décimo tercero es un tratado sobre la oscuridad del ser. Una sociedad sumida en un desencanto que no podía reconocer, ubicar o nombrar. Emigrar era la solución asumida. Así podían seguir amando la patria que los expulsaba.
Enterrada quedó la crítica, no por un dictador, sino por voces estridentes en programas de radio y televisión, donde primaba el escándalo ausente de reflexión.
El décimo cuarto es una novela con trama espelúznate. La historia de jóvenes que se dedicaban a matar y triturar cadáveres; y que además, confesaban el desborde de su libido con la sangre. Muerte y sexo eran excitantes.
Las noticias de tan horrendos hechos ocupaban los medios por unos días, y luego, por arte de magia, desaparecían aunque los criminales continuaran con sus aberrantes prácticas. Los titulares eran rápidamente sustituidos por las extravagancias de los políticos y los narcotraficantes.
El décimo quinto fue un libro de ciencia ficción al momento de su publicación, por allá por los años 50. Presenta una gran destrucción por un temblor que dejó miles de muertos y heridos, aplastó ciudades y poblados, y sembró pobreza por décadas. Pero nadie hizo caso a la posibilidad de que ocurriera y que se debía prevenir.
Tan descuidados eran los gobiernos, que después de desastres similares en lugares cercanos, decidieron ignorar los riesgos y jugar a desprevenidos. Hasta hoy la insensatez continúa, y el gobierno sigue sumido en la bipolaridad mental de la euforia del progreso y el quejido popular.
Santo Domingo, R.D., miercoles, 28 de abril de 2010
rosares@hotmail.com
http://www.clavedigital.com/App_Pages/opinion/Firmas.aspx?Id_Articulo=17481
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