Tony Raful
Él se imaginó anunciando al país y al mundo el inicio de la revolución democrática dominicana. Se vio sobre el pedestal de la historia.
De su mente lúcida brotaban desfiles de descamisados, de humillados, de oprimidos, empuñando las banderas de la libertad. Nada evocaba con mayor precisión el ajuste de la imagen social histórica que la revolución francesa. Él, que la había devorado en sus lecturas, al pie de árboles centenarios en San Cristóbal, que insuflaba las ideas de aquella gesta que marcó la diferencia entre dos mundos en pugna, pariendo la revolución democrática burguesa, y con ella, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre. Ella, que inscribió sobre la frente de los hombres y la mujeres libres, las palabras de la solidaridad, la fraternidad y la libertad.
José Francisco Peña Gómez, ese fenómeno sociológico, como lo definió en cierta ocasión el maestro Hugo Tolentino Dipp, vivió los años de lucha contra el Triunvirato, adefesio jurídico político, que sustituyó al Gobierno democrático del PRD y del Profesor Juan Bosch, a raíz del golpe traidor del 25 de septiembre de 1963, pensando y soñando con el día y la hora el instante supremo de llamar al pueblo a la lucha por sus derechos violados y la conquistas democráticas.
La suya no fue una pretensión sin base social ni política, él venía encabezando el liderazgo de la resistencia popular ante la ausencia del profesor Juan Bosch, su voz estentórea era como un clarín al mediodía, retumbaba en los corazones de los dominicanos, agitando las huelgas y movilizaciones de los obreros, de los estudiantes, de los choferes del transporte público.
El país de entonces se acostumbró al sonido de su voz, a sus palabras orientadoras. El Triunvirato cerró en varias ocasiones la emisora por la cual se dirigía al país: le temía. Fue así como Peña Gómez fue consolidando su raigambre popular en el combate cívico por las libertades. Sería una mezquindad histórica negarle aquel desempeño estelar en la conducción de la lucha de masas.
Sobre la sangre derramada en las montañas por los jóvenes del 14 de junio, encabezados por Manolo Tavárez en defensa de la constitucionalidad, se produjo un reflujo de lucha agudo y fue mediante un trabajo sistemático de reconstrucción de la oposición política, bajo la consigna de “retorno a la constitucionalidad sin elecciones”, que José Francisco Peña Gómez, en coordinación permanente con el profesor Juan Bosch, gestó e impulsó la lucha por el derrocamiento del régimen corrupto del Triunvirato.
Tampoco la mezquindad histórica puede regatearle su participación determinante en el proceso de conspiración militar y de articulación de la lucha de masas cuyos ecos penetraron en los cuarteles, impulsando la labor iniciada por el Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, héroe nacional, ideólogo y mártir de la lucha por el restablecimiento de la constitucionalidad.
Peña Gómez preparó cuidadosamente el momento histórico para el día ansiado. Ya antes, un grupo de militares opositores al Triunvirato lo habían convocado a una reunión en las afueras de la ciudad para entregarle una proclama militar que él debía pronunciar anunciando el fin del Triunvirato, pero esa proclama era el resultado de las contradicciones entre la Policía Nacional y el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas, contradicciones que él estaba manejando con la finalidad de abrir un espacio a las luchas democráticas en su condición de táctico de la lucha por el poder.
Siguió adelante esperando la verdadera oportunidad histórica. Había llamado a uno de sus asistentes, el incondicional Welloce Modeste Valerio, para pedirle que buscara el himno de la revolución francesa, “La Marsellesa”, y lo tuviera a mano en el estudio de Radio Comercial para cuando él se lo pidiera ponerlo en el programa Tribuna Democrática. El día llegó; la tarde inolvidable del 24 de abril de 1965, cuando el capitán Mario Peña Taveras lo llamó para informarle de la sublevación militar.
Al principio no lo creyó, habían sido tantas las desilusiones y las desinformaciones que le pidió al capitán que le diera el teléfono del campamento 16 de agosto para él verificar que se trataba de un hecho cierto. Comprobado la materialización del suceso, no vaciló un instante, pidió el disco de la Marsellesa y dijo que se trataba de una ocasión histórica y especial, y que había que anunciar la revolución dominicana teniendo como música de fondo la marcha de la madre de todas las revoluciones del mundo.
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Ese titán de la democracia que fue Peña Gómez vivió para la lucha por la defensa de los derechos humanos, por las reformas sociales y por la democracia. Recordarlo con motivo del décimo segundo aniversario de su muerte a destiempo es resaltar sus aportes y continuar luchando por nuevos espacios democráticos, por el adecentamiento nacional, por los cambios necesarios y fundamentales en la sociedad dominicana.
Santo Domingo, R.D., martes, 11 de mayo de 2010
http://www.listin.com.do/puntos-de-vista/2010/5/10/141477/Pena-Gomez-titan-de-la-democracia
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