El Presidente de la República, el ministro de lo Interior, y el jefe de la Policía Nacional, en este caso, Rafael Guillermo Guzmán Fermín, directamente, conforme a la cadena de mando, son los responsables directos de todo cuanto acontece en este plano de referencia de las políticas pública
Ivonne Ferreras
El evidente incremento de la criminalidad de todo tipo en el país yace sobre una escena pasmosa: una orgía de sangre combinada con la intolerancia cómplice desde las instituciones y el poder.
El Presidente nombra y evalúa, cancela o mantiene a los funcionarios públicos a todos los niveles. El ministro de lo Interior es el jefe civil directo del de la Policia Nacional, quien a su vez, está al mando de las tropas llamadas del orden público. Como cuerpo, actúan siguiendo planes y políticas. Es una cadena de responsabilidades e irresponsabilidades, o ambas a la vez.
El Presidente de la República, el ministro de lo Interior, y el jefe de la Policia Nacional, en este caso, Rafael Guillermo Guzmán Fermín, directamente, conforme a la cadena de mando, son los responsables directos de todo cuanto acontece en este plano de referencia de las políticas públicas.
Por tanto, el histrionismo novelado con el que el cuestionado jefe de la Policía Nacional pretende justificar los asesinatos de ciudadanos de a pie durante su prolongada gestión, hacen presumir que se trata de una representación circense avalada por todo el peso del poder que la mantiene en escena.
Tan lejos llega el vedettismo policial, que no conforme con el escenario natural a través del cual se comete toda clase de atropellos y asesinatos, Rafael Guillermo Guzmán Fermín pretende que una comilona sirva de mordaza a la prensa y amortice los efectos de denuncias públicas.
Y en ese escenario, denuncia que quienes auspician los asesinatos de civiles en la institución que él dirige, son “manos invisibles”, tan parecidas a “los incontrolables” que asesinaron hasta más no poder en tiempos de los funestos “12 años de Balaguer”. El desparpajo con el que lo dice, semeja una denuncia que a él no le luce. Se trata del jefe de la Policía, no de un ciudadano cualquiera.
Mientras, haciéndo honor a un viejo comportamiento napoleónico, el Presidente de la República no habla o habla poco de la presente situación, no se da por enterado de cómo el crimen y el clima de inseguridad sobrecoge a la sociedad dominicana.
Y en medio de esas inseguridades históricas, matizadas con más o menos arbitrariedad, la Policía como cuerpo de “orden público”, hace tiempo que cumple la función que en la nomenclatura del Estado, esta llamada a cumplir.
Por tanto, los crímenes de Estado a traves de la Policía se han dado en todos y cada uno de los gobiernos que hemos tenido, sin excepción.
Se trata de una especie de árgana genética, que pasa de una Jefatura a otra, sin cuenta de gotero porque es asimilada rápidamente en el manido torrente de su estructura, en la que se especializan “equipos” para la persecución, captura y muerte de ciudadanos considerados indeseables, y en otras, no indeseables, sino inconsecuentes a acatar órdenes de un mando en entredicho.
Foto cortesia de www.ciudadoriental.com/
Ayer se los mataba porque eran exponentes de una ideologia distinta a la profesada por los portadores del estandarte estatal. Ya no hay fronteras ideologicas. Hoy se los mata por distintas causas, y una de las principales es la de encubrir los “crímenes” de complicidad que se cometen con todo tipo de acciones en contra de la sociedad.
Así, vemos que, de manera ingenua, se hacen denuncias --principalmente en programas radiales interactivos--, de que en un punto tal hay un chequeo donde se cobra “peaje”. Es una manifestacion de la ignorancia popular, porque quien se pregunte, encontrará rápidamente la respuesta de cómo cree el ciudadano común y corriente, y qué de altos vuelos, cómo diablos es que le nacen retoños a los míseros sueldos de un policía, y a los no tan miserables, de un coronel o un general
Esos puntos de chequeos obedecen a una estructura criminal, en la que el jefe de la institución es el receptor final del pago debido por la colocación de un “comandante” en un puesto definido.
Si a todo ese entramado se le suma la “suerte” de un jefe de Policía santificado por todo el peso del poder, entonces los resultados no pueden ser distintos que la barbarie que se comete cotidianamente en contra de una población que ya no sabe de qué o de quiénes protegerse, en tanto sus verdugos, con un cinismo sin precedentes, montan un espectáculo para justificarse, pero eso sí, con un aplomo que hace reír hasta la última muela, al dueño del circo.
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