Hay quienes piensan
que el único futuro posible
es este presente
Rosario Espinal
Cuando la historia se piensa, y siempre es hacia atrás, nos invaden distintas sensaciones, y la nostalgia es con frecuencia el incentivo primordial para recordar. Si no, preferiríamos olvidar, a menos que fuera para un ejercicio intelectual.
Conmemorar el 50 aniversario del vil asesinato de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal debe ser motivo de encuentro con la historia dominicana. Esa historia agotada de tanto repetirse, pero a la vez, con breves momentos de luz como fueron ellas.
Transmitieron su valentía a la nación, valentía que falta hoy para enfrentar la injusticia, los abusos, la desigualdad, y los poderes entroncados que ni por longevos se inclinan a abandonar su imposición y dominio.
Mucho ha cambiado la sociedad dominicana en los últimos 50 años. La población se ha multiplicado exponencialmente, mucha gente emigró del campo a la ciudad, y otras al exterior. Hay más ricos, más clase media, y también más pobres, y entre los pobres hay pobrísimos, esa creciente población de inmigrantes haitianos totalmente desprotegida de derechos en su país y en el nuestro, que sirve los intereses empresariales en un sistema de explotación casi esclavista.
Hay libertades públicas impensables en la era de Trujillo, se habla hasta por los codos, y eso es saludable como terapia colectiva. Pero aterra que, amparados en la democracia, se quiera legitimar la promoción del Jefe, y también, y sobre todo, la suposición difundida de que si se sacara bien la cuenta, habría más adeptos que opuestos.
El asesinato de las Mirabal marcó el comienzo del fin de la dictadura porque el episodio condensó el sadismo del dictador, y además, porque 1960 fue epicentro simbólico de la lucha mundial por los derechos civiles. Se abrían ventanas de libertad en todo el mundo, y el asesinato fue, paradójicamente, un impulso para abrir las dominicanas.
Quienes recuerdan la música de aquella época, quizás archiven en su memoria la canción de Billo Frómeta: “no llores muchachita quisqueyana, esconde tu dolor un poco más, que otra vez volverán a tu ventana, las canciones de amor a resonar”.
La tragedia del presente dominicano es que después de tantas luchas, muertes, y esfuerzos, arrope el país una nube tan grande de acomodamiento, o de simple descontento, que nada transforma. Cunde el pesimismo, el derrotismo y la abulia.
Ese derrotismo se expresa de diversas maneras. Por ejemplo, no es posible juzgar a ningún corrupto porque rápidamente aparecen los defensores diciendo que a los corruptos del pasado no los juzgaron, por tanto, a los del presente tampoco. No es posible criticar el trujillismo porque inmediatamente aparecen los que proclaman que en cada dominicano vive un Trujillo.
Así, la sociedad dominicana se ha vuelto minimalista en el mal sentido de la palabra. Mucha gente piensa que lo existente es mejor que lo que habría, y por tanto, el único futuro posible es el presente, ese que se reproduce constantemente. Y como las elecciones permiten la circulación de beneficiarios, la sociedad es un carrusel donde cada grupo espera su turno para favorecerse del prostituido erario público.
Esta es la condición existencial de la nación dominicana. Es un terreno fértil para la cooptación, la falta de institucionalidad, la burla de los gobernantes, y la idolatría política.
Dijo Fernando Savater que “el aburrimiento es la explicación principal de por qué la historia está tan llena de atrocidad”. En República Dominicana hay mucho tedio, un eclipse de ilusiones ha escrito Juan Bolívar Díaz.
Hoy no hay la imposición tiránica de hace 50 años, pero la falta de esperanzas es un mal augurio.
Santo Domingo, R.D., miércoles, 24 de noviembre de 2010
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