lunes, 6 de diciembre de 2010

De Trucutú al nuevo Dr. Merengue: La retórica de la política "light"

Luis R. Decamps R.


La palabra -oral o escrita- ha sido históricamente, perogrullada aparte, una “herramienta” fundamental del quehacer de los políticos, sin importar si éstos se encuentran en las bulliciosas graderías de la oposición o si, a la inversa, están medrando en el histriónico secretismo de la gestión gubernamental. 

Más aún: aunque en los últimos decenios el desarrollo tecnológico ha supuesto novedosos y sofisticados medios de expresión de las ideas y las imágenes (a la grupa del apabullante fenómeno de los “mass media” profetizado por MacLuhan), el discurso canalizado a través de la política, sin dejar de estar en constante evolución, continúa siendo imprescindible. 

La cuestión es que la palabra en la actividad política -dicha o escrita- no sólo ha servido para intentar penetrar en los entresijos de la conciencia individual con fines persuasivos sino que también ha operado como medio esencial para la explicación, la defensa o el cuestionamiento de los proyectos de construcción, deconstrucción o reconstrucción de la sociedad. 

Manejar, pues, el impacto de la palabra (esto es: ampliarlo, moderarlo o reducirlo, a tono con las conveniencias del momento) nunca ha resultado fácil en el laborantismo político, y esto lo saben, a contrapelo de sus a veces ridículas apuestas electoreras en contrario, desde los más finos “estrategas” hasta los más pedestres “prácticos” de esa faena tan cotidiana y fascinante del ser humano como ente social. 

En la era post-ideológica, empero (y a despecho de lo que se suponía hace sólo dos décadas), el mundo de la política se ha reconfigurado en casi todo, pero muy especialmente en la parte medular o de fondo de la retórica que le es consustancial, que ha devenido, según sea el escribidor o el orador, un mero ejercicio verbal de banalidades o un colorido circo de fraseología impactante. 

Las futilidades, desde luego, son propias de la arenga de la política diaria y de los políticos de oficio, es decir, de los dirigentes “tradicionales” o “no modernos” de las estructuras medias y bajas del trabajo partidarista: se trata, como se sabe, de un discurso incoherente, pseudo-criticista o adulador, huero como los huevos dañados, “prágmático” y utilitarista hasta la vulgaridad, sin contenido filosófico alguno y situado totalmente de espaldas a toda plataforma programática o plan de encaramiento de la problemática social… Trucutú en acción. 

En el caso de los lideres “actualizados”, en cambio, el discurso es una arcilla plástica en trance de moldeamiento, una burbuja de sonidos que parece hacer piruetas en los labios, una construcción movediza y frágil aunque ordenada que las más de las veces se expresa como una perorata sobre el presente y el futuro cuya riqueza fundamental reside en los guarismos estadísticos (porcentajes, índices, números fríos) y las “frases tipo cohete” (combinación efectista de palabras para impresionar al público o al lector) que tanto gustan a los políticos de la post-modernidad… En fin: pensar una cosa y decir otra… El viejo y taimado doctor Merengue. 

Lo otro, desde luego, es la cháchara pretendidamente apolítica, tecnicista, “digital” y pseudo-neutralista que caracteriza a los jefes de las grandes corporaciones, los “lobbystas” y los “profesionales de alta calificación” del mundo post-ideológico, con la cual, por cierto, también se sienten deslumbrados ciertos líderes políticos de países subdesarrollados, quienes la adoptan (como si se tratara de collares de cuentas de vidrios) para sus juegos demagógicos de exhibición de “condiciones” o conocimientos “actualizados” y para entretener tanto a intelectuales como a profanos nacionales “en Babia”. 

Esa palabrería, notoria particularmente -insistimos- en los pronunciamientos verbales o escritos de los “líderes” empresariales, de la “sociedad civil” financiada desde el exterior y de los sacerdortisos de los organismos internacionales, no se han “instalado” aún en toda su crudeza y corporeidad en nuestro país, pero sin dudas tiene sus representantes en todos los escenarios de la sociedad, incluidos los partidos políticos (contra los cuales, en realidad, se dirige a la larga). 

Ciertamente, esa retórica sólo ha tocado a ciertos intelectuales “orgánicos”, a los “yuppis” (que, a diferencia de los norteamericanos, aquí hacen carrera bajo auspicios palaciegos), a algunos voceros empresariales (hoy en día, para ser tal no necesariamente hay que ser empresario: basta con estar a sueldo de ellos y defender sus intereses), a ciertas instancias de las organizaciones no gubernamentales y a una limitada cantidad de hacedores de opinión pública. 

En otras palabras: a los dominicanos apenas nos llegan los ecos de esa retórica, y no sólo porque nuestras condiciones de vida en términos materiales y espirituales distan mucho de las de los centros de difusión de ella, sino también porque nosotros, mayoritariamente, todavía vivimos en la vieja racionalidad de la política basada en el militantismo o en el fanatismo… En bastantes sentidos, el espíritu deportivo, como se sabe, aquí no se ha superado. 

Sin embargo, conviene aclarar que nada de eso significa que en el país no se haya desarrollado un cierto discurso post-político. En honor a la verdad ya lo tenemos, si bien apenas despuntando, montado sobre el lomo de la lógica del pensamiento post-ideológico, tan necio e ignaro como pintoresco, y que por veces hace el ridículo encarándose contra verdaderos molinos de viento: es el discurso de los negociantes de la política, los más de ellos especialistas en búsqueda de tratativas inter-partidarias que ocultan el reparto de las comisiones a través de las apuestas “unitarias”, de los “negocios personales” o del inefable “interés nacional”… El “nuevo”, “globalizado” y “pragmático” doctor Merengue. 

Por supuesto, afortunadamente el que tenemos no es el discurso que, como ocurre en otras latitudes, propugna la despolitización de la vida en general (aunque entre nosotros ya hay instancias de la “sociedad civil” que vetan abiertamente la principalía de los partidos) o intenta superar con base en la demagogia empresarial la ola avasallante de la racionalidad política. No. Ese discurso aún no tiene fuerte presencia entre nosotros, y debemos felicitarnos por ello. 

El que sí ya está desenfadadamente entre nosotros, y lo tenemos por doquier como la verdolaga, es el discurso apócrifo, alocadamente crítico y definitivamente aberrante de algunos ciudadanos de buena fe y de muchos lastimeros ignorantes de tomo y lomo que, talvez sin reparar en ello, coinciden en sus juicios con la estrategia de los “avivatos” que promueven la nueva retórica de la política “light”: la de la palabra que no se origina en el cerebro ni en el corazón sino que brota, babosa pero “moderna”, del simple movimiento helicoidal de la lengua. 

¿Moraleja? Sin dudas la política dominicana está "avanzando": abandonamos a Trucutú para revivir al doctor Merengue y adaptarlo a la “era digital”… Poco importa que eso signifique “afilar cuchillo para la garganta propia”. (El autor es abogado y profesor universitario).

Santo Domingo, R.D., lunes, 06 de diciembre de 2010

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