sábado, 22 de enero de 2011

El cénit y el nadir


Eduardo Álvarez

Por extensión, cénit y nadir son términos científicos utilizados, respectivamente,  para referirse al punto más alto y al más bajo de un proceso. Más bien, de  una estructura.

Los momentos de auge o de mayor adversidad de una persona o entidad. Los éxitos alcanzados por  una empresa o individuo representa  el cénit de su carrera. Cuando uno u otro cae, va directo al hoyo, mejor dicho, al  nadir.

Cénit se deriva de la definición científica que se da  la intersección entre la vertical del observador, un dividuo que puede ser tú o yo, y la esfera celeste. Es decir: si se imagina una recta que pasa por el centro de la Tierra y por nuestra ubicación en su superficie, el cénit se encuentra sobre esa recta, por encima de nuestras cabezas. El punto diametralmente opuesto de la esfera celeste al cenit se denomina nadir.

De manera, que el punto más alto y el más bajo, depende de cada quien. Va y se mueve con nosotros. A nuestro ritmo y compás.

Depender de los aciertos o desaciertos del gobierno, de la divina providencia, de la colectividad y la gracia ajena es, en todo caso, un error de cálculo. Científica y absolutamente  demostrado.

Jesús en el Nadir de su vida terrenal. 


Echamos de menos estas observaciones en los informes económicos. Sermones, cantos de sirena, pastorales,  enjundiosos analistas y estudios, barajas y esferas de cristal de adivinos que interrumpen las tareas de programación, ponderación y estudios, emprendidas cada día para llegar a la cumbre. Al punto más alto.

Sin embargo, todas las cosas del mundo son tan mutables como el día y la noche. El cénit de un radiante mediodía será el nadir en plena medianoche.

Colmado en el Cenit de su gloria, 
Jesús asciende a los Cielos. 

Así es la vida. La nuestra no  difiere de las demás,  en menor o mayor medida. Todo es cuestión de tiempo. Nadie escapa de este fenómeno. Puedes manejarlo o templarlo, pero es inescrutable y tozudo, como son todas las cosas de la naturaleza. Y somos parte esencial del ecosistema. Toda causa responde a un efecto. De ahí, el orden divino.

Ya lo decían nuestros abuelos, con mucho tino, “si el mal tiene cura ¿para qué te apuras?, si no tiene cura, ¿para qué te apuras?

Tener fe, sobre todo en ti mismo,  y reconocer el valor de la espera te darán paz y tranquilidad. De ese modo, la confianza y disciplina que debes mantener cuando llegar al cenit de tu vida y de tu carrera.

Santo Domingo, R.D., sábado, 22 de enero de 2011.

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