viernes, 7 de enero de 2011

No es mi líder


Yasir Mateo Candelier 

Hipólito Mejía lucha por la nominación presidencial del PRD. Y yo le felicito, porque con casi 70 años cumplidos todavía hace gala de la energía y la perseverancia necesarias para hacer campaña electoral y además está dispuesto a sortear todos los obstáculos que hay que vencer para llegar a la presidencia de la República. Trabajo agotador e incesante que requiere de vitalidad y tozudez. Pero Hipólito Mejía no es mi líder. 

Hipólito Mejía fue mi líder a partir de 1998 cuando un grupo de muchachos de diferentes universidades privadas decidimos apoyarle, mucho antes de Hipólito ser candidato presidencial del PRD para las elecciones del año 2000. Como parte de ese grupo de jóvenes decidí recaudar votos en un segmento generalmente apático de la política. Hicimos un buen trabajo con la ayuda y la constante orientación de Orlando Jorge Mera. Yo fui delegado de mesa en las elecciones legislativas de 1998, luego de fallecido el más genuino líder de nuestro país, José Francisco Peña Gómez, 10 días antes de esas elecciones. 

Peña Gómez era mi líder. Peña Gómez era un político extremadamente culto, cercano, humano, demasiado humano, carismático, un hombre de oratoria excepcional, patriota, humilde y a la vez sofisticado; cuando quería no tan humilde, pero siempre, siempre, siempre amado por su pueblo. 

 José
 José Francisco Peña Gómez. 

A pesar de su color y su origen, Peña Gómez era un Don Juan y un caballero -por ahí están grabadas algunas declaraciones de Hatuey Decamps al respecto- En fin, que quién soy yo para hablarles de José Francisco Peña Gómez, si estoy seguro de que la mayoría de los que se atreven a leerme, por tener más edad que quien escribe, lo conocerán mejor que yo y tendrán una idea más acabada de la que yo pueda tener. Porque a Peña Gómez yo le conocí de lejos, mirándole subido a una tarima pronunciar sus discursos en lo mitines de la campaña electoral de 1994. Nunca le di la mano, pero sentía su vibración a través de los muchos que lloraban a lágrima viva sus discursos; el llanto de los más pobres a los que Peña Gómez disparaba sus potentes palabras directamente al corazón como una ráfaga de rosas fragantes. 

Hipólito Mejía hoy no es mi líder. Pero fue mi líder durante la campaña electoral para las elecciones del año 2000. 

En un recorrido en el que acompañamos a Hipólito por la zona sur del país, un individuo sin una pierna se acercó a nuestro entonces candidato presidencial y le dijo que necesitaba una muleta porque lo que usaba para apoyarse y poder trasladarse de un lugar a otro era un palo rústico. Hipólito preguntó al infeliz si a él todavía se le paraba. El hombre le dijo que sí e Hipólito le dió un par de golpecitos en el hombro y le dijo que eso era lo importante. Muchos rieron e Hipótito continuó su recorrido. Hipólito se había burlado de la petición de un inválido. Aquél hombre no le había pedido una casa ni un carro, ¿era tan difícil prometerle una muleta o decirle a uno de los líderes de su partido en la zona que le consiguiera una? 

Hipólito Mejía. 

Hipólito Mejía fue mi líder después de ganar las elecciones del año 2000 y todavía era mi líder en el momento en que yo accedí al despacho presidencial en representación de los muchachos que hicimos campaña a su favor. Entré al palacio nacional en busca de que nos asignara becas para hacer un post-grado en el exterior. 

Hipólito Mejía fue mi líder tres segundos antes de que un asistente le pasara una llamada telefónica con el Lic. Ángel Lockward en línea y un segundo antes de que el entonces recién estrenado presidente le gritara a ese funcionario a todo pulmón: ¡Dime, mamañe _ _! A partir de ese momento tuve serias dudas acerca de si Hipólito Mejía seguiría siendo mi líder. Me fijé en un cuadro gigante con la figura de Juan Pablo Duarte colgado a la derecha del escritorio del presidente y me dije a mí mismo que ese cuadro con la figura del Padre de la Patria merecía respeto. Era evidente que el presidente que habíamos elegido no tenía ningún respeto ni consideración por los símbolos patrios ni por lo que representaba ese despacho ni por su investidura ni por nadie. 

Después de gritarle esa malapalabra a su funcionario en pleno despacho presidencial y delante de la figura del Padre de la Patria, la sensación de que ese hombre ya no era mi líder se acentuó cada vez más. Garabateó un papelito en plan de burla, tal y como lo había hecho con el inválido en su recorrido por el sur del país, y me dijo: “Está aprobado”, tratándome a mí y al grupo de recién graduados que le apoyamos como a idiotas, como a descerebrados. 

Hipólito Mejía ya no era mi líder. 

Miguel Vargas. 

En una ocasión posterior pude acceder al despacho del entonces canciller Hugo Tolentino Dipp, quien no me reveló si me iba a colocar en algún lugar o no. La decisión del señor Canciller fue firmada por el presidente que ya no era mi líder en forma de decreto. Hipólito no lee ni los paquitos de Memín o Kalimán. El canciller me envió a Centroamérica. Yo no pude negarme. Consideré un honor servir a mi pueblo como funcionario a pesar del presidente y del gobierno-chercha que había montado. El mismo chiste dos veces aburre. Imagíenense el mismo chiste cuatro años más. 

Me encontré con el entonces todopoderoso consultor jurídico del poder ejecutivo, Guido Gómez Mazara, quien me fue presentado por un amigo en un local de la avenida Núñez de Cáceres con Bolívar. “Lo enviaron a un país de Centroamérica”, le dijo el amigo, a lo que Gómez Mazara contestó dirigiéndose a mí: “Y qué vas a hacer en esa mierda”. El presidente y su consultor jurídico, tal para cual. Se creían dioses eternos sobre la tierra, fuera de la condición humana, de la enfermedad y de la muerte. 

No sólo Hipólito Mejía dejó de ser mi líder sino que además se me hizo cada vez más odioso. A Gustavo Tavarez, un ex reformista que en un tiempo fue director del Instituto Agrario Dominicano, amigo de mi padre, que ayudó a Hipólito en la campaña formando un grupo de apoyo a su candidatura presidencial y quien hizo todo lo que humanamente pudo para que el entonces flamante presidente fuera presidente, le dijo en la cara que le iba a nombrar “jefe de todos los lambones”. Hipólito ya era presidente y no lo necesitaba. Así paga Hipólito a muchos de los que le apoyan, con insultos. Hay muchísimos casos parecidos por ahí, pero yo no los puedo reproducir todos en este escrito. 

Guido Gómez Mazara. 

Hipólito Mejía ya no era mi líder. Pero el asunto no se detuvo ahí. Hipólito Mejía se burlaba de la gente y de sus necesidades. Hipólito Mejía es soez, prepotente, irrespetuoso. Creía que porque era presidente tenía derecho de increpar y mandar al diablo a cualquiera. De lo que no se percató era de que el pueblo le podía mandar al carajo a él, tal y como sucedió. Por eso Hipólito no es mi líder. Por eso y porque insultaba a mucha gente GRATUITAMENTE, incluyendo a los productores de arroz de la región noreste, donde no he escuchado que Hipólito haya ido a hacer su campaña. 

Hipólito Mejía no es mi líder. Nunca lo será. Puede llegar a ganar las elecciones internas del partido -algo muy difícil- y puede que maneje todo el dinero del mundo y que pueda nombrarme a mí vice-presidente o embajador o anti-lambón o sidoso, como acostumbra a hacer con aquellos que no están de acuerdo con él, o azaroso o comunista o ministro o baboso. No es mi líder. Nunca lo será. Yo me respeto o trato de respetarme. Yo soy orgulloso. Yo soy dominicano y apoyo que se le otorgue el 4% del presupuesto nacional a educación para que en el futuro nunca más volvamos a escoger como presidente a alguien que no respeta nada ni a nadie. A alguien a quien le importa un carajo los símbolos de la patria, las precariedades de la gente y trata de forma tan despectiva a muchos de sus propios seguidores. 

Hipólito Mejía todavía es el líder de gente que aún no le conocen bien y de otros tantos que por haber sido beneficiarios de su gobierno él utiliza como si fuesen propiedad privada. Pero no es mi líder. De Peña Gómez a Hipólito. No podríamos caer más bajo. 

Mi líder, la persona a la que sigo ahora se llama Miguel Vargas Maldonado, a quien no conozco en persona ni le he dado la mano, pero de quien estoy seguro no ofenderá a nadie gratuitamente. Y cuando sea presidente en el 2012 será como ha sido siempre: Considerado, respetuoso de su pueblo, cordial, cercano, conciliador y propulsor de las reformas que todos los dominicanos anhelamos y merecemos como gente de trabajo que somos y aguerridos defensores de nuestra identidad. El pueblo dominicano ha sido así siempre, a pesar de las humillaciones que muchos presidentes le han infligido. A pesar de la ignorancia a la que persisten en someternos y muy a pesar de las dictaduras, las invasiones extranjeras del pasado y del presente, la pobreza, la desnutrición y la falta de seguridad y de salud que hoy padecemos. 

Madrid, España, viernes, 07 de enero de 2011. 

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