Yasir Mateo Candelier
Atropopaico es una palabra que viene del griego atropepein (alejarse). Se trata de ritos, sacrificios, fórmulas, etc., que por su carácter mágico, se cree que aleja el mal o propicia el bien.
Lo atropopaico en nuestra cultura incluye múltiples expresiones, fetiches y fórmulas provenientes de nuestro sincretismo religioso, en primer lugar, y de la herencia cultural legada por nuestros ascendientes.
La primera vez que yo vi un pan colgado detrás de la puerta de la casa de un amigo no pregunté por qué estaba allí, pero de inmediato me percaté de que se trataba de un fetiche atropopaico. Lo mismo ocurre con la famosa herradura, la figurita de un santo, un velón en un pequeño altar y demás.
Los excrementos humanos, de acuerdo a creencias muy arraigadas, también tienen carácter atropopaico. Por eso, en su momento no entendí por qué unos ladrones que robaron la casa de un vecino decidieron defecar en el patio trasero de la misma. Al principio, creí que se trataba de un acto de maldad o de burla por parte de los delincuentes, pero resulta que me he enterado tiempo después de que no solo en la República Dominicana ese ritual tiene carácter atropopaico, sino que ocurre lo mismo en casi toda Latinoamérica.
Los dominicanos tenemos expresiones de carácter atropopaico propias, como nuestro famoso: “¡Zafa!” Por ahí viene fulano: “¡Zafa!”
Un rito atropopaico que tiene alcance fuera de nuestras fronteras es el famoso “tocar madera”. Alguien dice, por ejemplo: “Yo nunca me he roto un hueso”, y de inmediato esa persona se emplea en “tocar madera” varias veces. El origen de este rito se pierde en la noche de los tiempos.
El tafanario también tiene carácter atropopaico. Conozco a un señor que todas las mañanas, antes de salir de su casa, con la mano derecha le agarra la nalga a su esposa y con la izquierda se persigna.
Por otra parte, Federico Fellini, el genial cineasta italiano, todas las mañanas se iba a desayunar a una cafetería donde le servía como camarera una mujer con un culo inmenso y redondeado. Cada vez que terminaba su colazione, Fellini le decía sin ánimo libidinoso a la camarera que le enseñara el culo. La mujer se levantaba la falda con entusiasmo y Fellini exclamaba a los cuatro vientos que desayunar y no ver las grandiosas nalgas de la mujer antes de empezar su faena diaria era como un día sin sol -un giorno senza luce-.
Como dato curioso, recuerdo cuando compartía apartamento de estudiante en Madrid. Una mañana, mientras todos estábamos fuera, un grupo de ladrones penetró a la casa, llevándose, entre otras cosas, el pasaporte de una francesa y del joven español dueño del inmueble. Mi pasaporte dominicano lo encontré sobre la cama de mi habitación abierto en la primera página con un gran escupitajo verdoso encima de mi foto. Enseguida adiviné en ese ritual el carácter atropopaico del mismo, aunque a diferencia de los actos atropopaicos comunes, el gargajo sobre mi imagen era un ritual que buscaba alejar el mal con alcance individual y no general, con respecto a un documento específico que trae problemas y reviste de sospechas a sus portadores alrededor del mundo.
De acuerdo con la policía, la mayoría de las bandas que asaltan en casa habitada en Madrid provienen de Europa del este.
Madrid, Espana, viernes, 18 de febrero de 2011.
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