EUCLIDES GUTIÉRREZ FÉLIX
En nuestra columna anterior citábamos lo que decía el ingeniero inglés Joseph Cleave, en relación con la fertilidad inigualable del Valle del Cibao, que tanto llamaba la atención de este extranjero, que conocía, al parecer, la mayor parte del mundo. Cleave hablaba de los dos grandes ríos, de extensión continental, que irrigan el Valle del Cibao o de La Vega Real, que nacen en la Cordillera Central y desembocan, el Yuna, con más de 400 kilómetros de extensión, en el Nordeste de la isla, en Nagua; y el Yaque del Norte, que desemboca en el paraje de Quebró, en la provincia de Montecristi, después de haber recorrido unos 400 kilómetros; estos ríos son alimentados por numerosos afluentes que, en época de lluvias, por la fuerza de sus cursos, causan enormes daños, no obstante estar represados.
Decía nuestro padre que a la fertilidad del Valle del Cibao se sumaban la del Valle de Bonao, el de San Juan de la Maguana, el de Constanza, en el corazón de la Cordillera Central, y el de Peravia en la región Sur, características geográficas que solamente se dan en la isla de Santo Domingo, en su parte oriental, que los dominicanos por suerte no hemos podido devastar como hizo el pueblo haitiano con su hábitat, convertido hoy, como dijo Juan Bosch, en un conglomerado humano. En nuestra isla están ubicadas las estribaciones montañosas más altas que existen en América, en la costa del Atlántico, del Estrecho de Behring al de Magallanes, en la región Sur del Continente, escenario donde termina la extensión del territorio que ocupa la República Argentina.
Según el criterio de nuestro padre, solamente los Valles del Cibao, Bonao y San Juan, sometidos a un régimen de explotación científico, aprovechando las tecnologías que usan los países desarrollados, están en capacidad para producir alimentos para una población entre 25 o 35 millones de personas. En nuestro escenario de producción de rubros agrícolas, ganado y aves de corral, así como otros productos frutales, los métodos de trabajo que aplicamos, en gran parte pertenecen a los siglos XVIII y XIX. Fue la dictadura, asesina, represiva e intolerante, de Rafael Trujillo Molina, que incorporó nuestro país al siglo XX.; y fue bajo ese régimen que nuestro país recibió el nombre de “El Granero del Caribe”. Abastecíamos la casi totalidad de las islas caribeñas con los productos básicos de su alimentación: arroz, huevos, plátanos, guineos y víveres como la yuca, la batata y las papas.
Les vendíamos también azúcar, piña, lechosa, aguacate, naranja, mango, limón agrio y toronja; mercado que abastecía una flota de cuatrocientas goletas y motonaves, tripuladas por no menos de tres marinos y no más de ocho. Esa fortaleza económica del régimen fue lo que le permitió a Trujillo tener control absoluto del escenario político de esas islas, en las que no podían establecerse sus enemigos, porque la mayoría de los funcionarios, civiles y policiales que las gobernaban eran agentes del régimen. Continuaremos…
Santo Domingo, R.D., lunes, 28 de marzo de 2011.
http://www.elnacional.com.do/opiniones/2011/3/28/78946/CRONICA-DEL-PRESENTE
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