Eduardo Álvarez
Nos persigue la pinta del cólera en todo el mundo, estigma que llevamos los dominicanos, adondequiera que vamos. Nicaragua es uno de los países que permite la entrada de dominicanos, sólo si tomamos dos partillas contra esta enfermedad, como medida de prevención.
Viví esa experiencia hace un par de semanas cuando visité la nación de Sandino [también de Urbano Gilbert].
El agente de migración me retuvo, eso sí, de forma muy amable. Tuve que pasar a un dispensario médico del aeropuerto de Managua para tomar las indicaciones preventivas.
Terminal "Augusto C. Sandino", Managua.
Fui informado de que esta medida afecta sólo, por el momento, a dominicanos, venezolanos y haitianos. Tuve que tomar las partillas con la salvedad de que debía comer algo sólido tan pronto llegara al hotel, lo cual hice.
Me garantizaron que no tenían efectos secundarios y debía tomarlas cada vez que ingresara a Nicaragua, por lo menos mientras Dominicana esté bajo la amenaza del cólera.
Mas que protestar, acaté la disposición consciente de que es correcta y de que cada país está en el soberano derecho de proteger a sus ciudadanos de enfermedades contagiosas u otros fenómenos previsibles y controlables.
Que no hayamos hecho lo mismo aquí es lo condenable. Nadie se ha enterado de que el Estado haya dispuestos medidas profilácticas, como las que lleva a cabo Nicaragua.
Haití ha sido el foco de contagio de este mal. Pero se desconocen las medidas tomadas en la frontera y con los vuelos procedentes de ese país.
Los dominicanos salimos y entramos al extremo occidental de la isla, sin que Migración y Salud Pública ejerzan control alguno.
Lo Cortez no quita lo valiente. Nicaragua se protege, con toda cortesía sin ofender a los dominicanos, venezolanos y haitianos que entran a su país. Podemos hacer lo mismo. Nos sobra amabilidad y cortesía para curarnos en salud e imponer las reglas, sin maltratar a nadie.
Santo Domingo, R.D., miércoles, 25 de mayo de 2011.
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