se expresa de múltiples formas
ROSARIO ESPINAL
Ni el mar azul, ni el cielo ardiente, ni el amarillo de las flores o de la lucha por el 4% son antídoto al crónico malestar de la sociedad dominicana.
No me invade un pesimismo particular mientras escribo. Tampoco imagino el fin de la República Dominicana ni que el pasado fue mejor. Pero el malestar que aqueja el país es real, se expresa de múltiples formas, se palpa en las calles y en las conversaciones cotidianas.
En la educación, ya lo sabemos, la inversión es baja y la calidad peor. El promedio de escolaridad no alcanza el octavo curso, y las demandas por un aumento real de la inversión son ignoradas, tergiversadas o rechazadas por el gobierno.
En el Informe de Competitividad Global 2011-2012, la República Dominicana quedó en el lugar 140, de 142 países evaluados, en calidad de la educación primaria. Este número refleja que andamos mal, muy mal.
La falta de escolaridad es una violación a un derecho humano fundamental y gesta un pueblo poco preparado para enfrentar los desafíos económicos y culturales del siglo XXI.
En corrupción y nepotismo también andamos muy mal. Según el mismo Informe de Competitividad Global, la República Dominicana ocupa el lugar 142 (es decir, el último) en despilfarro del gobierno, el 141 en favoritismo en decisiones de los funcionarios públicos, y el 140 en desvío de fondos públicos.
Este sistema de prebendas y despilfarro pasó de ser exclusivo de un dictador (Trujillo), a ser de un grupo pequeño (los llamados 300 ricos de Balaguer durante los 12 Años), a extenderse a todos los partidos en las últimas décadas. Así se llegó a este deplorable estado.
La clase empresarial dominicana es complaciente y cómplice del Estado corrupto. Miope y sin horizonte de nación, esta clase empresarial tiene como objetivo fundamental acumular riqueza bajo el paraguas estatal. Por eso en ética corporativa la República Dominicana quedó en el lugar 116 en el Informe de Competitividad Global.
Los empresarios se benefician también de la excesiva explotación de la mano de obra, sobre todo haitiana. En el Informe de Competitividad, el país quedó en el lugar 45 en flexibilidad en la determinación de salarios. Es decir, los empresarios tienen mucha libertad para fijar salarios porque tienen un ejército de desempleados depauperados. Eso es fabuloso para el capital y pésimo para la clase trabajadora.
Sin un empresariado emprendedor y modernizador, la República Dominicana seguirá en un deterioro progresivo de su economía real y de la institucionalidad, no importa cuánto crezca el PIB.
La criminalidad crece a velocidad espantosa. Al aumento de la delincuencia callejera, que incluye robos de poca monta y atracos a mano armada, se agregan los crímenes espeluznantes del narcotráfico. Según el Informe de Competitividad Global, la República Dominicana ocupa el lugar 142 (es decir, el último) en confianza en los servicios policiales. Ahí también andamos muy mal.
La migración haitiana se expande sin control y sin mecanismos para integrar legalmente este flujo poblacional. Por irresponsabilidad gubernamental y avaricia de los empresarios, en República Dominicana se va gestando una sociedad de apartheid con un alto nivel de conflictividad latente y manifiesta entre dominicanos y haitianos.
Si el país no puede integrar los inmigrantes, que no los acepte, aunque chillen los empresarios.
La pobreza, la desigualdad, y las escasas posibilidades de movilidad social han gestado una sociedad de desconcierto y desasosiego. Por eso tanta gente se enrola a un partido político, a delincuente callejero, o a narcotraficante en busca de riqueza mal habida, o a cualquier otra modalidad de oficio improductivo pero lucrativo.
Andamos mal, veámoslo y corrijamos.
Santo Domingo, R.D., miércoles, 14 de septiembre de 2011.
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