EULALIO ALMONTE-RUBIERA
Rafael L. Trujillo Molina, un guardia telegrafista llegó al poder con herramientas que las circunstancias pusieron en sus manos, y con ayuda de su natural inteligencia tomó prestadas capacidades de hombres y mujeres de la época, y cuyas luces nadie en su sano juicio podría desmeritar, a menos que se pretenda ignorar, adrede, lo que la historia exhibe a los ojos de todos.
Otros que no son exactamente una copia fiel del perínclito barón de San Cristóbal se manifiestan en el presente como lo hizo el sátrapa aquel cuando ya se creyó el faraónico dios Ra, y dejo de escuchar no solo la voz de su propio yo, sino los consejos de los que en las cercanías y la distancia lo advirtieron de que !ya está bueno… de que 30 años eran ya más que suficientes!
El trágico final de Trujillo es historia, y, por demás, ampliamente conocida. Pero eso no es harina para meter en este saco.
En el presente continuo de nuestra historia, hay políticos que pisan sobre lo que en en ocasiones pretéritas se dio en llamar “plata viva”, y que los científicos definen como un hidrogel coloidal constituido por una mezcla de material finamente granulado, y que otros simplemente denominamos “arena movediza”, de la que salir no solo constituye –hasta en lo figurado, una tarea harto difícil, a veces casi imposible. Pero se puede.
Salirse de ese fango –hablando ya en el plano social, precisa de escuchar no solo los resabios de nuestra propia conciencia, sino aquella suave y profunda voz interior que nos aconseja la prudencia, desechando los susurros de lambiscones acariciadores de oportunidades, constituidos en la mas de las veces en cardúmenes de rémoras que poco o nada permiten en el avanzar de los escualos presas de sus aprestos personales.
Es, en realidad, un esfuerzo que cuesta mucho, muchísimo, pero merece y vale la pena hacerlo, a menos que no se esté dispuesto a sucumbir ante la aplastante avalancha de la historia, antes que dar oportunidad al tiempo, a nuestro tiempo, a la oportunidad que premia la inteligencia y la perseverancia.
Hay ejemplos que ilustran nuestro presente. Danilo e Hipólito podrían ser tomados como una de las tantas viñetas sociales que exhiben las páginas dedicadas a la quijotesca tarea de avanzar en lucha desigual por los caminos que conducen al éxito, aunque a veces solo constituyan un éxito relativo.
Danilo se quejó en una oportunidad ¡y con qué amargura! que en sus aspiraciones por alcanzar la nominación presidencial de su partido, el PLD, había sido vencido por el Estado, haciendo referencia directa a que su contendor, el presidente Leonel Fernández, y con el propósito de aplastarlo, había volcado todos los recursos del Estado de que en la ocasión disponía. Ahí anda ahora, -anos después, en busca de la añorada banda presidencial y –paradójicamente, con el respaldo de aquel mismo y vencedor Estado.
Hipólito, que mordió el polvo de la derrota cuando buscaba la reelección presidencial, cayó a niveles preferenciales en los que solo unos pocos amigos de la catadura de Juan TH (Taveras Hernández) se atrevían a sacar la cara por él y enfrentarse a las críticas de hasta sus amigos más íntimos. Hoy es Hipólito una realidad que se encamina, con pasos firmes, a la conquista del poder, en una momento en la que el lápiz de la historia lo obligara a escribir una página en la que se advierta un antes y un después, una página que constituya un legado para las generaciones que nos habrán de suceder.
Salir de la plata viva, de la arena movediza, del lodazal, del fango en que nos metemos consciente o inconscientemente, precisa no solo de perseverancia, sino de la inteligencia que Dios ha puesto en nosotros, para que no seamos otro Israel deambulando cuarenta años en la aridez de nuestro propio desierto.
Si tiene testa, mídase el sombrero. Si le cae, es un regalo de amigo, ¡sin cargo futuro alguno!
Santo Domingo, R.D., jueves, 08 de septiembre de 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario